Las Vísperas, oración del anochecer para desterrar la ira

Palabras de Juan Pablo II en la audiencia, víspera de su vigesimoquinto aniversario de pontificado, dedicada a explicar el sentido y articulación de la oración de las Vísperas.

Ciudad del Vaticano, 15 octubre 2003.

Oración de la tarde

        1. Por muchos testimonios sabemos que, a partir del siglo IV, los Laudes y las Vísperas son ya una institución estable en todas las grandes Iglesias orientales y occidentales. De este modo, por ejemplo, san Ambrosio testimonia: «Al igual que cada día, al ir a la iglesia o al dedicarnos a la oración en casa, comenzados por Dios y con él terminamos, que todo día de nuestra vida aquí abajo y en el curso de cada una de las jornadas comience siempre por Él y termine en Él» («De Abraham», II, 5,22).

        Así como los Laudes se enmarcan en el amanecer, las Vísperas encuentran su lugar hacia el atardecer, en la hora en la que, en el templo de Jerusalén, se ofrecía el holocausto con el incienso. En esa hora, Jesús, tras su muerte en la Cruz, yacía en el sepulcro, habiéndose entregado a sí mismo al Padre por la salvación del mundo.

        Las diferentes Iglesias, siguiendo sus respectivas tradiciones, han organizado según su propio rito el Oficio Divino. Consideramos aquí el rito romano.

Se aclama a Dios uno y trino

        2. La oración comienza con la invocación «Deus in adiutorium» («Dios mío, ven en mi auxilio»), segundo versículo del Salmo 69, que san Benito prescribe para cada «Hora». El versículo recuerda que sólo de Dios nos puede venir la gracia para alabarlo dignamente. Le sigue el «Gloria», pues la glorificación de la Trinidad expresa la orientación esencial de la oración cristiana. De hecho, excepto en Cuaresma, se añade el «Aleluya», expresión hebrea que significa «Alabad al Señor» y que se ha convertido, para los cristianos, en una gozosa manifestación de confianza en la protección que Dios ofrece a su pueblo.

        El canto del «Himno» hace que resuenen los motivos de la alabanza de la Iglesia en oración, evocando con tono poético los misterios realizados para la salvación del hombre en la hora vespertina, en particular, el sacrificio realizado por Cristo en la Cruz.

La salmodia y la lectura

        3. La salmodia de las Vísperas consta de dos Salmos aptos para esta hora y de un cántico tomado del Nuevo Testamento. Los Salmos destinados a las Vísperas presentan tonalidades diferentes. Hay Salmos lucernarios, en los que se menciona explícitamente la noche, la lámpara o la luz; Salmos que manifiestan la confianza en Dios, refugio estable en la precariedad de la vida humana; Salmos de acción de gracias y de alabanza; Salmos en los que trasluce el sentido escatológico evocado por el final del día; y otros de carácter sapiencial o de tono penitencial. Encontramos, además, Salmos del «Hallel», que hacen referencia a la Última Cena de Jesús con los discípulos. En la Iglesia latina, se han transmitido elementos que favorecen la comprensión de los Salmos y su interpretación cristiana, como los títulos, las oraciones de la salmodia, y sobre todo las antífonas (Cf. «Principios y normas para la Liturgia de las Horas», 110-120).

        La «Lectura breve» tiene un lugar destacado. En las Vísperas está tomada del Nuevo Testamento. Tiene el objetivo de proponer con fuerza y eficacia alguna sentencia bíblica y de imprimirla en los corazones para que se traduzca en vida (Cf. ibídem, 45, 156, 172). Para facilitar la interiorización de lo escuchado, a la lectura le sigue un conveniente silencio y un «responsorio», que tiene la función de «responder», con el canto del algunos versículos, al mensaje de la lectura, favoreciendo así la acogida de corazón por parte de los participantes en la oración.

Solemne alabanza a Dios por la oración

        4. Con gran honor, introducido por el signo de la cruz, se entona el «Cántico evangélico» de la bienaventurada Virgen María (Cf. Lucas 1, 46-55). Atestiguado ya por la Regla de San Benito (cap.12 y 17), la costumbre de cantar en los Laudes el «Benedictus» y en las Vísperas el «Magnificat» «está convalidada por la tradición secular y popular de la Iglesia romana» («Principios y normas para la Liturgia de las Horas», 50). De hecho, estos Cánticos son ejemplares para expresar el sentido de la alabanza y de la acción de gracias a Dios por el don de la Redención.

        En la celebración comunitaria del Oficio Divino, el gesto de incensar hacia el altar, hacia el sacerdote y hacia el pueblo, mientras se entonan cánticos evangélicos puede sugerir –a la luz de la tradición judía de ofrecer el incienso en la mañana y en la tarde sobre el altar de los perfumes– el carácter de oblación del «sacrificio de alabanza» expresado en la Liturgia de las Horas. Al unirnos a Cristo en la oración, podemos vivir personalmente lo que se dice en la Carta a los Hebreos: «Ofrezcamos sin cesar, por medio de él, a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de los labios, que celebran su nombre» (13, 15; Cf. Salmo 49, 14. 23; Oseas 14, 3).

Las peticiones el padrenuestro y la oración

        5. Tras el Cántico, las «Intercesiones» dirigidas al Padre o en ocasiones a Cristo, expresan la voz suplicante de la Iglesia, consciente de la preocupación divina por la humanidad, obra de sus manos. El carácter de las intercesiones vespertinas consiste, de hecho, en pedir la ayuda divina para toda categoría de personas, para la comunidad cristiana y para la sociedad civil. Por último, se recuerda a los fieles difuntos.

        La Liturgia de las Vísperas culmina con la oración de Jesús, el Padrenuestro, síntesis de toda alabanza y de toda súplica de los hijos de Dios regenerados por el agua y el Espíritu. Al concluir la jornada, la tradición cristiana ha puesto en relación el perdón que se implora a Dios en el Padrenuestro y la reconciliación fraterna de los hombres entre sí: nadie debe albergar ira en su corazón cuando se pone el sol (Cf. Efesios 4, 26).

        La oración vespertina concluye con una oración que, en sintonía con Cristo crucificado, expresa la entrega de nuestra existencia en las manos del Padre, conscientes de que su bendición no desfallecerá nunca.