Humildad, silencio, estupor y alegría ante la Navidad

Intervención de Juan Pablo II en la mediodía antes de rezar la oración mariana del «Angelus» junto a varios miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano.

Ciudad del Vaticano, 21 diciembre 2003..

Invocar ahora a María ¡Queridos hermanos y hermanas!

        1. La Navidad ya está cerca. Al dar los últimos retoques al nacimiento y al árbol navideño, que también están aquí, en la plaza de San Pedro del Vaticano, es necesario predisponer el espíritu para vivir intensamente este gran misterio de la fe.

        En los últimos días de Adviento, la liturgia da particular relieve a la figura de María. En su corazón, su «heme aquí», lleno de fe, en respuesta a la llamada divina, dio inicio a la encarnación del Redentor. Si queremos comprender el auténtico significado de la Navidad, tenemos que fijar en ella la mirada e invocarla.

Exhortación a la humildad

        2. María, Madre por excelencia, nos ayuda a comprender las palabras claves del misterio del nacimiento de su Hijo divino: humildad, silencio, estupor, alegría.

        Nos exhorta ante todo a la humildad para que Dios pueda encontrar espacio en nuestro corazón. Éste no puede quedar obscurecido por el orgullo y la soberbia. Nos indica el valor del silencio, que sabe escuchar el canto de los Ángeles y el llanto del Niño, y que no los sofoca en el estruendo y en el caos. Junto a ella, contemplaremos el pesebre con íntimo estupor, disfrutando de la sencilla y pura alegría que ese Niño trae a la humanidad.

Con una nueva luz         3. En la Noche Santa, el astro naciente, «esplendor de luz eterna, sol de justicia» (Cf. Antífona del Magnificat, 21 de diciembre), iluminará a quien yace en las tinieblas y en las sombras de muerte. Guiados por la liturgia de Dios, hagamos propios los sentimientos de la Virgen y pongámonos en espera ferviente de la Navidad de Cristo.