Homilía de Juan Pablo II en Noche Buena 2003
«Tú vienes a traernos la paz. ¡Tú eres nuestra paz!»

Homilía que Juan Pablo II pronunció en la Misa del Gallo de esta Noche Buena, presidida en la Basílica de San Pedro del Vaticano.

Ciudad del Vaticano, 25 diciembre 2003..

Como uno de tantos         1. «Puer natus est nobis, filius datus est nobis» (Isaías 9, 5).

        En las palabras del profeta Isaías, proclamadas en la primera Lectura, se encierra la verdad sobre la Navidad, que esta noche revivimos juntos.

        Nace un Niño. Aparentemente, uno de tantos niños del mundo. Nace un Niño en un establo de Belén. Nace, pues, en una condición de gran penuria: pobre entre los pobres.

        Pero Aquél que nace es «el Hijo» por excelencia: «Filius datus est nobis». Este Niño es el Hijo de Dios, de la misma naturaleza del Padre. Anunciado por los profetas, se hizo hombre por obra del Espíritu Santo en el seno de una Virgen, María.

        Cuando, dentro de poco cantemos en el Credo «... et incarnatus est de Spiritu Sancto ex Maria Virgine et homo factus est», todos nos arrodillaremos. Meditaremos en silencio el misterio que se realiza: «Et homo factus est»! Viene a nosotros el Hijo de Dios y nosotros lo recibimos de rodillas.

¡Adoremos!

        2. «Y la Palabra se hizo carne» (Juan 1, 14). En esta noche extraordinaria la Palabra eterna, el «Príncipe de la paz» (Isaías 9, 5), nace en la mísera y fría gruta de Belén.

        «No temáis, dice el ángel a los pastores, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor» (Lucas 2, 11). También nosotros, como los pastores desconocidos pero afortunados, corramos para encontrar a Aquél que cambió el curso de la historia.

        En la extrema pobreza de la gruta contemplamos al «niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lucas 2, 12). En el recién nacido inerme y frágil, que da vagidos en los brazos de María, «ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres» (Tito 2, 11). Permanezcamos en silencio y ¡adorémosle!

Para valorar la vida

        3. ¡Oh Niño, que has querido tener como cuna un pesebre; oh Creador del universo, que te has despojado de la gloria divina; oh Redentor nuestro, que has ofrecido tu cuerpo inerme como sacrificio para la salvación de la humanidad!

        Que el fulgor de tu nacimiento ilumine la noche del mundo. Que la fuerza de tu mensaje de amor destruya las asechanzas arrogantes del maligno. Que el don de tu vida nos haga comprender cada vez más cuánto vale la vida de todo ser humano.

        ¡Demasiada sangre corre todavía sobre la tierra! ¡Demasiada violencia y demasiados conflictos turban la serena convivencia de las naciones!

        Tú vienes a traernos la paz. ¡Tú eres nuestra paz! Sólo tú puedes hacer de nosotros «un pueblo purificado» que te pertenezca para siempre, un pueblo «dedicado a las buenas obras» (Tito 2, 14).

Con María

        4. «Puer natus est nobis, filius datus est nobis!». ¡Qué misterio inescrutable esconde la humildad de este Niño! Quisiéramos como tocarlo; quisiéramos abrazarlo.

        Tú, María, que velas sobre tu Hijo omnipotente, danos tus ojos para contemplarlo con fe: danos tu corazón para adorarlo con amor.

        En su sencillez, el Niño de Belén nos enseña a descubrir el sentido auténtico de nuestra existencia; nos enseña a «llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa» (Tt 2,12).

Admirados

        5. ¡Oh Noche Santa y tan esperada, que has unido a Dios y al hombre para siempre! Tú enciendes de nuevo la esperanza en nosotros. Tú nos llenas de extasiado asombro. Tú nos aseguras el triunfo del amor sobre el odio, de la vida sobre la muerte.

        Por esto permanecemos absortos y rezamos.

        En el silencio esplendoroso de tu Navidad, tú, Emmanuel, sigues hablándonos. Y nosotros estamos dispuestos a escucharte. Amén.