Intervención de Juan Pablo II durante la procesión de las antorchas

Intervención de Juan Pablo II al comenzar la procesión de las antorchas que tuvo lugar en la noche desde la Gruta de las Apariciones hasta la Basílica de Lourdes. El Papa siguió la oración desde la terraza de la Residencia de Nuestra Señora, en la que se descansó esa noche.

Lourdes, 15 agosto de 2004.

Raíz de nuestra esperanza Queridos hermanos y hermanas:

        1. Cuando se apareció a Bernadette en la gruta de Massabielle, la Virgen María emprendió un diálogo entre el Cielo y la tierra, que se prolongó en el tiempo y que dura todavía. María pidió a la joven que se venga en procesión aquí, como para significar que este diálogo no podía quedarse en palabras, sino que debía traducirse en un camino con ella de peregrinación en la fe, la esperanza y el amor.

        En Lourdes, desde hace más de un siglo, el pueblo cristiano responde fielmente a este llamamiento maternal, poniéndose cada día en camino tras las huellas de Cristo Eucaristía y efectuando en la tarde una procesión en medio de cantos y oraciones en honor de la Madre del Señor.

        Este año, el Papa se une a vosotros en este acto de devoción y de amor hacia la Virgen Santa, la mujer gloriosa del Apocalipsis que lleva en su cabeza una corona de doce estrellas (Cf. Apocalipsis 12, 1). Al llevar en nuestras manos las velas encendidas, recordamos y profesamos nuestra fe en Cristo resucitado. De él nuestra vida entera recibe luz y esperanza.

El don de la paz

        2. Os confío, hermanos y hermanas, una intención particular para la oración de esta noche: invocad conmigo a la Virgen María para que obtenga del mundo el don tan esperado de la paz. ¡Que suscite en nosotros sentimientos de perdón y de fraternidad! ¡Que se depongan las armas y que se apague el odio y la violencia en nuestros corazones!

        Que todos los hombres no vean en el otro a un enemigo al que hay que combatir, sino a un hermano al que hay que acoger y amar para construir juntos un mundo mejor.

¡Reina de la paz!         3. Invoquemos juntos a la Reina de la paz y renovemos nuestro compromiso al servicio de la reconciliación, del diálogo y de la solidaridad. Mereceremos así la bienaventuranza que el Señor ha prometido a «los que trabajan por la paz» (Mateo 5, 9).