Homilía de Juan Pablo II en la entrega del icono de la Virgen de Kazan

Intervención de Juan Pablo II en la audiencia general dedicada a comentar el Salmo 140, 1-9

Ciudad del Vaticano, 2 de junio de 2004.

Se ha sentido acompañado

Queridos hermanos y hermanas:

        1. Como anuncié el domingo pasado, nuestro tradicional encuentro semanal asume hoy una forma particular. Nos encontramos recogidos en oración en torno al venerado icono de la Madre de Dios de Kazan que está a punto de emprender el viaje de regreso hacia Rusia, de donde salió un día lejano.

        Después de haber atravesado varios países y de haberse detenido durante un largo tiempo en el Santuario de Fátima, en Portugal, hace más de diez años llegó providencialmente a la casa del Papa. Desde entonces ha estado a mi lado y me ha acompañado con su mirada maternal mi servicio cotidiano a la Iglesia.

        Cuántas veces, desde aquel día, invoqué a la Madre de Dios de Kazan, pidiéndole que proteja y guíe al pueblo ruso que le es devoto, y que llegue cuanto antes el momento en el que todos los discípulos de su Hijo, reconociéndose hermanos, sepan recomponer en plenitud la unidad perdida.

Una nación cristiana

        2. Desde el inicio, deseé que este santo icono regresara al suelo de Rusia, donde según testimonios históricos atendibles fue durante muchos años objeto de una profunda veneración por parte de generaciones enteras de fieles. Al rededor del Icono de la Madre de Dios de Kazan se ha desarrollado la historia de ese gran pueblo.

        Rusia es una nación cristiana desde hace muchos siglos, es la Santa Rus. Incluso cuando fuerzas adversas se ensañaron contra la Iglesia y trataron de cancelar de la vida de los hombres el nombre santo de Dios, aquel pueblo siguió siendo profundamente cristiano, testimoniando en muchos casos con la sangre la fidelidad al Evangelio y a los valores que inspira.

        Por ello, doy gracias a la Divina Providencia junto a vosotros con particular emoción por permitirme enviar hoy al venerado patriarca de Moscú y de todas las Rusias el don de este santo icono.

Juntos por el mismo camino

        3. Que esta antigua imagen de la Madre del Señor transmita a Su Santidad Alejo II y al venerado Sínodo de la Iglesia ortodoxa rusa el afecto del sucesor de Pero por ellos y por los fieles que les han sido confiados. Que transmita su estima por la gran tradición espiritual que custodia la santa Iglesia rusa. Que transmita el deseo y el firme propósito del Papa de Roma por avanzar junto a ellos por el camino del recíproco conocimiento y reconciliación para hacer que llegue antes el día de esa unidad plena entre los creyentes por la que el Señor Jesús rezó ardientemente (Cf. Juan 17, 20-22).

        Queridos hermanos y hermanas: invocad conmigo la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, al entregar su Icono a la delegación que, en mi nombre, la llevará a Moscú.

Oración del Papa al despedirse del icono de la Madre de Dios de Kazan

        Gloriosa Madre de Jesús, que avanzas ante el pueblo de Dios en los caminos de la fe, del amor y de la unión con Cristo (Cf. «Lumen gentium», 63), ¡bendita seas! Te llaman bienaventurada todas las generaciones porque ha hecho en tu favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre (Cf. Lucas 1, 48-49).

        Bendita seas y honrada, Madre, en tu Icono de Kazan, en el que desde hace siglos estás rodeada por la veneración y el amor de los fieles ortodoxos, convirtiéndote en protectora y testigo de las obras particulares de Dios en la historia del pueblo ruso, muy querido por todos nosotros.

        La Providencia divina, que tiene la fuerza de vencer al mal y de sacar el bien incluso de las malas obras de los hombres, hizo que tu santo icono, desaparecido en tiempos lejanos, volviera a aparecer en el santuario de Fátima, en Portugal. Sucesivamente, por voluntad de personas que te tienen devoción, fue acogido en la casa del sucesor de Pedro.

        Madre del pueblo ortodoxo, la presencia en Roma de tu santa imagen de Kazan nos habla de una unidad profunda entre Oriente y Occidente, que permanece a pesar de las divisiones históricas y de los errores de los hombres. Te elevamos ahora con especial intensidad nuestra oración, Virgen, mientras nos despedimos de esta sugerente imagen tuya. Con el corazón, te acompañaremos por el camino que te llevará hacia la santa Rusia. Acoge la alabanza y el honor que te rinde el pueblo de Dios que está en Roma.

        Bendita entre todas las mujeres, al venerar tu icono en esta ciudad, marcada por la sangre de los apóstoles Pedro y Pablo, el obispo de Roma se une espiritualmente a su hermano en el ministerio episcopal, que preside como patriarca la Iglesia ortodoxa rusa. Y te pide, Madre Santa, que intercedas para que apresure el momento de la plena unidad entre Oriente y Occidente, de la plena comunión entre todos los cristianos.

        ¡Virgen gloriosa y bendita, señora, abogada y consoladora nuestra, reconcílianos con tu Hijo, encomiéndanos a tu Hijo, preséntanos a tu Hijo! Amén