LA IMAGINACION

Salvador Canals, Ascética meditada, Ediciones Rialp, 1962

"Nuestra pedagogía se compone de afirmaciones, no de negaciones, y se reduce a dos cosas: obrar con sentido común y con sentido sobrenatural."

San Josemaría Escrivá, 29-IX-1967.

"La loca de la casa"

                 Ninguna persona prudente tomaría nunca a un loco por consejero en los problemas más delicados de su propia vida. Todos consideraríamos imprudente y poco sensato a quien se condujera de tal modo.

                 Esta verdad, tan clara y evidente en la vida y en los negocios, no lo es tanto, al menos en la práctica, en la vida interior y en el problema de nuestra santificación. La imaginación es una loca –la loca de la casa, la llamaba Santa Teresa, con su habitual buen humor–, y, sin embargo, ¡cuántas veces la elegimos, más o menos conscientemente, para consejera de los problemas más delicados de nuestra alma!

Orígen de demasiados males

                 Esta loca que nos distrae con su alboroto y nos disipa con su algarabía; que nos comunica sus variados temores y nos turba con sus aprensiones, que nos susurra al oído sospechas infundadas, que nos tiraniza con sus ambìciones y nos muerde con su envidia; esta loca que nos hace salir de la realidad con fantásticos ensueños, llenos de euforia o de pesimismo, y que nos instila suavemente el veneno de la sensualidad y del amor propio: esta loca –lo sabemos por experiencia– es la gran enemiga de nuestra vida interior, es la eterna aliada del mundo, del demonio, de la carne.

                 Es ella la que turba tu vida de oración y te hace temer la mortificación; la que introduce en tu alma la tentación de la carne y de la soberbia; la que falsea tu conocimiento de Dios y te priva del sentido sobrenatural; la que te adormece con el sueño de la frivolidad o te sumerge en el letargo de la tibieza; la que apaga el fuego de la caridad o enciende el de la desconfianza y de la discordia.

Verdadera tiranía

                 Es tan loca como un caballo desbocado; tan inquieta como una mariposa; si no la dominas y la guías, jamás serás un alma interior y sobrenatural.

                 Si no la dominas, jamás podrás gozar de esa calma serena, que es tan necesaria para servir a Dios.

                 Si no le pones freno, jamás tendrás aquel realismo que una vida de santidad exige. Calma, realismo, serenidad, objetividad: virtudes que nacen allí donde termina la tiranía de la imaginación; virtudes que crecen y se fortifican en el esfuerzo ascético de dominar y de controlar la fantasía.

                 Te decía que la tiranía de la imaginación es grande. Tan grande, que altera las ideas, que falsea las situaciones de la vida, que deforma a las personas.

Podemos imaginar fantasmas

                 El Evangelio ofrece una prueba muy elocuente de esta tiranía. Estamos en el lago de Genezaret y es una noche oscura de tempestad; los apóstoles tienen que remar duramente, combatiendo contra un fuerte viento contrario. Su barquichuela, zarandeada por las olas, contiene a doce hombres que luchan para resistir la impetuosa fuerza del viento. Jesús se ha retirado solo a lo alto de un monte vecino y ora.

                 Quarta vigilia noctis venit ad eos, ambulans super mare. Pero en la cuarta vigilia de ia noche Jesús se acerca hacia los apóstoles cdminando sobre las aguas.

                 Y los doce... videntes eum super mare arnbulantem, turbati sunt, dicentes: quia fantasma est: al ver a Jesús que anda sobre las aguas, se turban y exclaman: ¡Es un fantasma!

                 Fíjate: la adorable figura del Maestro, que viene para estar con ellos, para ayudarlos, para calmar la tempestad imponiendo silencio a las olas con su palabra imperiosa, asume en aquella imaginaciones el aspecto de un fantasma que les infunde miedo y les conturba.

                 ¡Cuántas veces se repite en nuestra vida este episodio evangélico! ¡En cuántas ocasiones nuestra alma, víctima de la imaginacion, se atemoriza y queda turbada!

Una cruz sin alegría

                 Juegos de la fantasía, fantasmas de la imaglnación son esas cruces imaginarias que suelen atormentarnos y nos agobian con su peso. No creo exagerar si te digo que el noventa por ciento de nuestros sufrimientos, de esos sufrimientos que, con escaso conocimiento de la Cruz de Cristo, llamamos cruces, son imagmarios, o que por lo menos están agrandados o deformados por el cruel dominio de nuestra imaginación. Esta es la razón por la que tanto nos pesan y nos agobian nuestras cruces humanas e inventadas.

                 Si lo que tanto nos hace sufrir y tan fuertemente nos agobia fuese de verdad la cruz que el Señor nos manda, la Cruz de Jesús, una vez que la hubiésemos reconocido como tal y que, con fe y con amor, la hubiésemos aceptado, ya no nos debería pesar y oprimir. Porque la Cruz de Jesús, la Santa Cruz, no es fuente de tristeza o de abatimiento, sino de paz y de alegría. En cambio, si llevamos sobre nuestros hombros una cruz humana e imaginaria, o la producida por nuestra rebeldía interior contra la verdadera Cruz, entonces estamos tristes y preocupados.

Contra los fantasmas fe

                 Pero este peso y esta preocupación pueden desaparecer de tu vida y dejar de agobiarte: basta con que abras los ojos de la fe y con que te decidas a cortar las alas a tu imaginación.

                 Permíteme que te diga que estas cruces humanas que te aplastan con su peso no existen en la gran realidad de tu vida sobrenatural, existen sólo en tu imaginación. Llevas sobre los hombros un peso tan atroz como ridículo: un peso que en tu imaginación es una montaña y, en realidad, es un granito de arena.

                 Son fantasmas creados por la mente, fantasmas que la fantasía reviste de colores vivaces, atribuyéndoles manos anchísimas y temerosas, y piernas ágiles y veloces. Son los fantasmas que ahora te persiguen y llenan de dolor y de agitación tu alma.

                 Un pequeño gesto de tu vida de fe sería suficiente para hacerlos desvanecer. ¿Te das cuenta de qué poco basta para eliminarlos?

Ante un futuro incierto

                 A veces, admitimos en nuestra vida a otros fantasmas... Vienen de lejos: son los temores a los peligros futuros. Son temores a cosas o a peligros que ahora no existen y que no sabemos si se realizarán, pero que vemos presentes y actuales en nuestra imaginación, haciéndolos más trágicos.

                 Un sencillo razonamiento sobrenatural los haría desaparecer: puesto que estos peligros no son actuales y estos temores todavía no se han verificado, es obvio que no tienes la gracia de Dios necesaria para vencerlos y para aceptarlos.

                 Si tus temores se verificasen, entonces no te faltará la gracia divina, y con ella y tu correspondencia tendrás la victoria y la paz.

                 Es natural que ahora no tengas la gracia de Dios para vencer unos obstáculos y aceptar unas cruces que sólo existen en tu imaginación. Es necesario basar la propia vida espiritual sobre un sereno y objetivo realismo.

La imaginación contra los demás

        Estos fantasmas no, son menos peligrosos en el campo de la caridad. ¡Cuántas veces, en esta virtud, quedas víctima de la imaginación! ¡Cuántas sospechas hay sin fundamento y que sólo radican en tu mente! ¡Cuántas cosas haces pensar y decir y hacer al prójimo que este jamás ha pensado, ni dicho, ni hecho!

                 Estos fantasmas turban y descomponen la convivencia con las demás personas, la vida de familia.

                 Esos pequeños contrastes que se dan necesariamente en todas las convivencias humanas, incluso en las de los santos, porque no æomos ángeles, son agrandados y deformados por la imaginación y crean estados de ánimo duraderos que nos hacen sufrir muchísimo. Por naderías, por pequeñeces y por el juego de nuestra fantasía, se abren abismos que dividen las personas, que destruyen afectos y amistades, al corromper la unidad.

La presencia de Dios es eficaz

        La imaginación, además, es la gran aliada de la sensualidad y del amor propio.¡Qué novelas te hace vivir!: fantásticos ensueños en los cuales eres el héroe, el personaje que triunfa: fantasmas que acarician tu ambición, tu deseo de mandar y de ser admirado, tu vanidad.

                 Fíjate cuántos obstáculos para tu santidad.

                 Tu vida de piedad: la oración, la presencia de Dios, el abandono en las manos de Nuestro Señor, la alegría fuerte y sobrenatural; todas esas murallas de tu vida interior quedan así amenazadas, minadas por la loca de la casa.

                 Sé sobrenatural, sé objetivo. La voz de Jesús pone fin a los temores y a la aventura de los Doce del Lago de Genezaret: Habete fiduciam, Ego sum: nolite timere... Tened confianza, soy Yo: ¡no temáis!