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La humildad es otro buen camino para llegar a la paz interior.
—"El" lo ha dicho: "Aprended de mí, que soy manso y humilde de
corazón... y encontraréis paz para vuestras almas".
Camino, 607
"La oración" es la humildad del hombre que reconoce
su profunda miseria y la grandeza de Dios, a quien se dirige y adora,
de manera que todo lo espera de El y nada de sí mismo.
"La fe" es la humildad de la razón, que renuncia
a su propio criterio y se postra ante los juicios y la autoridad de la
Iglesia.
"La obediencia" es la humildad de la voluntad, que se
sujeta al querer ajeno, por Dios.
"La castidad" es la humildad de la carne, que se somete
al espíritu.
"La mortificación" exterior es la humildad de los
sentidos.
"La penitencia" es la humildad de todas las pasiones,
inmoladas al Señor.
—La humildad es la verdad en el camino de la lucha ascética.
Surco, 259
La humildad, el examen cristiano, comienza por reconocer
el don de Dios. Es algo bien distinto del encogimiento ante el curso que
toman los acontecimientos, de la sensación de inferioridad o de
desaliento ante la historia. En la vida personal, y a veces también
en la vida de las asociaciones o de las instituciones, puede haber cosas
que cambiar, incluso muchas; pero la actitud con la que el cristiano debe
afrontar esos problemas ha de ser ante todo la de pasmarse ante la magnitud
de las obras de Dios, comparadas con la pequeñez humana.
Conversaciones con Monseñor
Escrivá de Balaguer, 72
Déjame que te recuerde, entre otras, algunas señales
evidentes de falta de humildad:
—pensar que lo que haces o dices está mejor hecho
o dicho que lo de los demás;
—querer salirte siempre con la tuya;
—disputar sin razón o —cuando la tienes— insistir
con tozudez y de mala manera;
—dar tu parecer sin que te lo pidan, ni lo exija la caridad;
—despreciar el punto de vista de los demás;
—no mirar todos tus dones y cualidades como prestados;
—no reconocer que eres indigno de toda honra y estima,
incluso de la tierra que pisas y de las cosas que posees;
—citarte a ti mismo como ejemplo en las conversaciones;
—hablar mal de ti mismo, para que formen un buen juicio
de ti o te contradigan;
—excusarte cuando se te reprende;
—encubrir al Director algunas faltas humillantes, para
que no pierda el concepto que de ti tiene;
—oír con complacencia que te alaben, o alegrarte
de que hayan hablado bien de ti;
—dolerte de que otros sean más estimados que tú;
—negarte a desempeñar oficios inferiores;
—buscar o desear singularizarte;
—insinuar en la conversación palabras de alabanza
propia o que dan a entender tu honradez, tu ingenio o destreza, tu prestigio
profesional...;
—avergonzarte porque careces de ciertos bienes...
Surco, 263
Padre, me has comentado: yo tengo muchas equivocaciones,
muchos errores.
—Ya lo sé, te he respondido. Pero Dios Nuestro
Señor, que también lo sabe y cuenta con eso, sólo
te pide la humildad de reconocerlo, y la lucha para rectificar, para servirle
cada día mejor, con más vida interior, con una oración
continua, con la piedad y con el empleo de los medios adecuados para santificar
tu trabajo.
Forja, 379 |