"Para rezar tras la fiesta del Corpus Christi (II)"

Una vez que hemos celebrado la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, intentemos continuar nuestra oración en su presencia durante la octava, también con textos sobre la Eucaristía de San Josemaría, Fundador del Opus Dei.

Textos escogidos de san Josemaría Escrivá
www.opusdei.org

 


        “¡Jesús se ha quedado en la Hostia Santa por nosotros!: para permanecer a nuestro lado, para sostenernos, para guiarnos. Y amor únicamente con amor se paga”.

        “¿Cómo no habremos de acudir al Sagrario, cada día, aunque sólo sea por unos minutos, para llevarle nuestro saludo y nuestro amor de hijos y de hermanos?”

Surco

        "Non manifeste, sed quasi in occulto" —no con publicidad, sino ocultamente: así va Jesús a la fiesta de los Tabernáculos.

        Así irá, camino de Emaús, con Cleofás y su compañero. —Así le ve, resucitado, María Magdala.

        Y así —"non tamen cognoverunt discipuli quia Jesus est" —los discípulos no conocieron que era El —así acudió a la pesca milagrosa que nos cuenta San Juan.

        Y más oculto aún, por Amor a los hombres, está en la Hostia”.

Camino

        “De modo especial Cristo sigue presente entre nosotros, en esa entrega diaria de la Sagrada Eucaristía. Por eso la Misa es centro y raíz de la vida cristiana. En toda misa está siempre el Cristo Total, Cabeza y Cuerpo. Per Ipsum, et cum Ipso et in Ipso. Porque Cristo es el Camino, el Mediador: en El, lo encontramos todo; fuera de El, nuestra vida queda vacía. En Jesucristo, e instruidos por El, nos atrevemos a decir —audemus dicere— Pater noster, Padre nuestro. Nos atrevemos a llamar Padre al Señor de los cielos y de la tierra”.

        “La presencia de Jesús vivo en la Hostia Santa es la garantía, la raíz y la consumación de su presencia en el mundo”.

        “No comprendo cómo se puede vivir cristianamente sin sentir la necesidad de una amistad constante con Jesús en la Palabra y en el Pan, en la oración y en la Eucaristía. Y entiendo muy bien que, a lo largo de los siglos, las sucesivas generaciones de fieles hayan ido concretando esa piedad eucarística. Unas veces, con prácticas multitudinarias, profesando públicamente su fe; otras, con gestos silenciosos y callados, en la sacra paz del templo o en la intimidad del corazón”.

        “Ante todo, hemos de amar la Santa Misa que debe ser el centro de nuestro día. Si vivimos bien la Misa, ¿cómo no continuar luego el resto de la jornada con el pensamiento en el Señor, con la comezón de no apartarnos de su presencia, para trabajar como El trabajaba y amar como El amaba? Aprendemos entonces a agradecer al Señor esa otra delicadeza suya: que no haya querido limitar su presencia al momento del Sacrificio del Altar, sino que haya decidido permanecer en la Hostia Santa que se reserva en el Tabernáculo, en el Sagrario”.

Es Cristo que pasa