Se cosecha lo que se siembra
Cada vez que un hombre ejerce violencia contra una mujer, sea quien sea, (novia, amante, conocida, empleada…) salta a los titulares bajo el epíteto de "violencia domestica". Inmediatamente la conclusión que se saca es: para erradicar este problema hay que castigar al culpable.
Nieves García
¿Violencias legítimas?

        Vivimos en una época simplista. Da la impresión de que de tanto alabar el método científico como único camino para conocer la realidad, no sabemos despegar el ojo del microscopio. De la misma manera tratamos de analizar los casos de la mal llamada “violencia doméstica”. Todos estamos preocupados por el incremento de estas situaciones, en las que lógicamente la mujer, le guste o no, es el “sexo débil”, es la que lleva la peor parte. Cada vez que un hombre ejerce violencia contra una mujer, sea quien sea, (novia, amante, conocida, empleada…) salta a los titulares bajo el epíteto de “violencia domestica”. Inmediatamente la conclusión que se saca es: para erradicar este problema hay que castigar al culpable. Pero antes de llegar al castigo habría que preguntarse ¿Por qué actuó así?

        Nuestra sociedad ha ido legitimando algunos tipos de violencia, a base de alabar las conductas que las protagonizan:

Algunos ejemplos
  • - Violencia contra las cosas, que el individuo puede destruir a su antojo en el consumo. “Usar y tirar”.

  • - Violencia ecológica, a base de no respetar la naturaleza y explotarla más allá de lo necesario para su sobrevivencia.

  • - Violencia sexual del hombre contra la mujer a la que hay que atrapar y retener; pero también teorizada por las feministas radicales, como el imperio de la mujer que ejerce su poder sexual sobre el hombre, al que hay que seducir y subyugar, y del cual hay que vengarse para triunfar sobre el "machismo".

  • - Violencia del individuo contra sí mismo si decide que es en el suicidio donde encuentra la expresión de su libertad.

  • - Violencia general contra los demás a quienes el individuo fuerte puede reducir a esclavitud o dar muerte. (Violencia social, comercio de explotación sexual.
Problema digno de mayor atención

        Una sociedad que tan sutilmente preconiza la violencia es lógico que la sufra en su seno íntimo, en su misma casa. Abramos un poco más los ojos y hagamos un análisis algo más objetivo de la realidad. Poner etiquetas es muy fácil, pero quitarlas es una tarea titánica. Los periódicos pregonan: “El varón tiende a la violencia…, es un agresor potencial por el sólo hecho de ser hombre…, cuando el enemigo está dentro de la casa…” Las reacciones violentas que un hombre tiene hacia una mujer ¿realmente son causadas por la sexualidad masculina? ¿La mujer no reacciona con violencia también aunque lo demuestra de otra forma, menos obvia físicamente, por supuesto? Erin Pizzey es profesional en la atención a mujeres maltratadas desde 1971. Es responsable de más de 62 albergues que cuidan de mujeres maltratadas. Cuando habla de la violencia doméstica sabe de que está hablando.

        “Aquellos de nosotros que trabajamos en el campo de la violencia doméstica nos enfrentamos diariamente con la difícil tarea de trabajar con mujeres dentro de familias problemáticas. En mi experiencia con la violencia familiar, he llegado a reconocer que hay mujeres implicadas en relaciones violentas de carácter físico y/o emocional las cuales muestran y exhiben trastornos más allá de lo esperado (y de lo aceptable) en una situación de estrés. Estas mujeres, motivadas por profundos sentimientos de venganza, rencor y animosidad se comportan de una manera particularmente destructiva; destructiva para ellas mismas pero también para los restantes miembros de la familia, de tal manera que complican una situación familiar, ya de por sí mala, en algo mucho peor”.

Con falta de enfoque

        El ser humano, hombre o mujer, nos guste o no reconocerlo, es un ser que puede tener un comportamiento violento. No es una cuestión de género. No ha habido época de la historia, ni cultura que tristemente no haya conocido las secuelas de la guerra, los conflictos entre vecinos, entre pueblos contiguos, entre miembros de la misma familia. La proximidad pone de manifiesto la tendencia a la violencia. El conflicto de libertades se da en el trato cercano.

        Esta es una realidad de la misma naturaleza humana, que hay que aceptar para poder superar. Pero si además la sociedad la alimenta a base de ideología haciéndonos creer que lo peor que puede sucederles a hombres y mujeres es ser diferentes entre ellos, porque la diferencia conlleva inevitablemente un conflicto, estamos alimentando las tristes situaciones que leemos casi diario sobre la violencia intrafamiliar.

Gracias a las diferencias

        Las diferencias no son en sí malas por el sólo hecho de serlo, son fuente de riqueza. La igualdad forzada sería una injusticia mayor, ya que no respetaría lo natural de cada ser. Las relaciones naturales entre hombre y mujer conducen naturalmente a la complementariedad porque ésta reconoce las diferencias entre ambos sexos como posibilidades de crecimiento mutuo en todos los órdenes.

        No desconocer las dificultades en las relaciones no significa que haya que generalizarlas. Generalizar es peligroso para la justicia. ¿Todos los hombres son agresores en potencia? Algunas leyes contra violencia doméstica sólo suponen como sujetos de violencia al sexo masculino.

        Es de sentido común aceptar la existencia de dificultades en la relación entre hombres y mujeres; es de demagogos el exagerarlas, y es antinatural negar que esta relación es, sencillamente, la tendencia más fuerte que tiene el ser humano en la búsqueda de su realización. La humanidad ha progresado gracias a las diferencias complementarias entre hombre y mujer.