Ángela Aparisi.
El feminismo de la
complementariedad
Angela Aparisi Miralles
Directora del Instituto de Derechos Humanos
de la Universidad de Navarra.
9 de marzo de 2005 La Razón (Madrid)
Luces y sombras

        El siglo XX fue testigo de la lucha por la equiparación de derechos entre el varón y de la mujer. Ello puede observarse, principalmente, en la cultura occidental, donde nacieron y se desarrollaron movimientos feministas propulsores de esta igualdad. Sin embargo, a comienzos del siglo XXI la discriminación de la mujer continúa siendo una realidad en muchos ambientes. Pueden citarse, como ejemplo, las discriminaciones sufridas por la mujer en el ámbito laboral y la violencia que padece en la esfera familiar. Queda aún un largo camino por recorrer para que la mujer pueda ocupar el lugar que le corresponde en la vida política, jurídica, económica y cultural.

        Los primeros feminismos realizaron una aportación innegable en la consecución de la igualdad de derechos entre hombre y mujer. Sin embargo, implicaron, en general, una defensa de la mujer sobre unos presupuestos claros: la devaluación de lo específicamente femenino –como la maternidad–, y la potenciación del ámbito de lo público. En definitiva, se presuponía que para realizarse personalmente la mujer tenía que "convertirse" en un varón, asumiendo los valores que la modernidad había asignado al género masculino: fundamentalmente, la idea de que no cabe dignidad, ni desarrollo personal, al margen de la productividad y del éxito.

Una nueva luz         Este planteamiento tuvo claras consecuencias que han llegado hasta nosotros. Podríamos destacar dos: en primer lugar, el trabajo del ama de casa es profundamente despreciado, y en ningún caso es tenido en cuenta como un ámbito de realización personal. En realidad, se entiende que "esclaviza" a la persona; en segundo lugar, se defiende que la clave para la igualdad de derechos se encuentra en el control de la natalidad. La llamada "salud reproductiva" consiste, fundamentalmente, en la decisión de no reproducirse. Frente a ello, el feminismo de la complementariedad surge como un intento de conservar y ahondar en la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer, pero cambiando las claves de la realización personal. El ámbito de lo privado, en el que tradicionalmente la mujer había ejercido su influencia, como la familia, el cuidado de los hijos o de los débiles, recobra ahora su importancia. Se insiste así en la trascendencia social y humana del cuidado al otro, partiendo del presupuesto de que el ser humano se realiza, no de un modo autónomo y autosuficiente, sino en relación con los demás, en la donación a los demás. La realidad es que todo ser humano está necesitado de cuidados, de atención, y de un lugar en el que se nos quiera por nosotros mismos. Desde el nacimiento hasta la muerte todo hombre y mujer somos seres necesitados.
Por el bien de todos         El feminismo de la complementariedad propone estas actitudes, ya no como exclusivas de la mujer sino, especialmente, como un reto para los varones. Por ello, defiende que la mujer no debe renunciar a sus caracteres específicos –a su femineidad–, ni entrar en antagonismo con el hombre, para encontrar, tanto en la vida pública como en la privada, el lugar que le corresponde. Es más, se entiende que gran parte de las discriminaciones que actualmente padece el género femenino tienen su raíz, precisamente, en la falta de reconocimiento de la mujer en cuanto tal, como persona femenina. Por ello, la superación de esta situación exige reconquistar y respetar las cualidades que caracterizan a la mujer. Ello implica reconocer la complementariedad del varón y la mujer, así como la riqueza que la misma aporta, tanto a nivel personal, como social y familiar. Riqueza que, además, hoy es exigida por una cultura de corte racionalista, individualista y utilitarista. Se defiende así que los problemas sociales, ecológicos y multiculturales tendrían una solución más adecuada si dejaran de plantearse en términos pragmáticos, de utilidad y eficacia, y comenzaran a ser afrontados desde la solidaridad, la acogida y el respeto de toda vida humana. Estos valores están íntimamente relacionados con la mujer.
Hacer valer lo femenino sin complejos

        Uno de los ámbitos más necesitados de un apoyo político, jurídico y cultural es el de la maternidad. Por un lado se constata la falta de apoyo institucional para poder conciliar vida familiar y laboral. Por otro, se comprueba la existencia de una clara discriminación de la mujer-madre al tratar de encontrar, o mantener, su puesto de trabajo. Al mismo tiempo, todavía se observa una escasa participación del padre en la vida familiar. La esfera privada continúa considerándose un ámbito exclusivamente femenino. Las tareas del hogar implican, en el caso de la mujer, una segunda ocupación profesional. Esta situación acaba perjudicando a todo el núcleo familiar, y las consecuencias sociales no tardan en percibirse.

        En definitiva, si en este siglo XXI la mujer quiere encontrar el lugar que en justicia le corresponde en la sociedad, no debe, en nombre de una pretendida "liberación del dominio del hombre" apropiarse de las características masculinas, en contra de su propia "originalidad" femenina. Ello le conduciría a deformar y perder lo que constituye su riqueza más esencial. Por el contrario, se trata de potenciar a nivel público y privado gran parte de las actitudes que, tradicionalmente, han constituido el espacio social de la mujer. Se trata, en palabras de Castilla, de asumir el desafío de construir una sociedad con madre y una familia con padre. La contribución activa del varón en estos cambios es, ciertamente, un eslabón fundamental. Sólo así la sociedad y la familia podrán convertirse en el lugar donde se respete y promueva la dignidad de cada persona.