La batalla ante la ONU de Mary Ann Glendon por la mujer en nombre de la Iglesia
La lucha de la Iglesia católica a favor de los derechos de las mujeres en el mundo fue expuesta este lunes ante la sesión de la Comisión de las Naciones Unidas sobre el estatuto de la mujer por Mary Ann Glendon.
Esta profesora de Derecho de la Universidad de Harvard, representó a Juan Pablo II en la Conferencia Internacional sobre la Mujer que organizó la ONU en Pekín hace diez años. Precisamente la «plataforma de acción» que surgió de aquella cumbre se está revisando en este encuentro, que comúnmente es conocido como «Pekín+10».
La entrevista a Glendon, recientemente nombrada presidente de la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales, poco antes de que tomara la palabra en representación de la Santa Sede en esta reunión de la ONU.
NUEVA YORK, martes, 8 marzo 2005 (ZENIT.org).
 

¿Cuál es el mensaje que quiere dejar?

         He querido responder a la cuestión planteada por la Comisión de la ONU sobre el estatuto de la mujer a los participantes. Nuestro objetivo es el de hacer un balance sobre la evolución de la situación desde Pekín 1995.

        La Santa Sede aprovecha su intervención para llamar la atención de los nuevos desafíos que han surgido en estos diez años: nuevas formas de pobreza y nuevas amenazas contra la dignidad humana…

        Quiero recordar las preocupaciones que expresamos en este sentido hace ya diez años, cuando el Santo Padre nos confió una tarea precisa en Pekín. Nos dijo: «Tratad de ser una voz para aquellos que en general no son escuchados en los pasillos del poder».

        La Santa Sede se encuentra en una posición única para hacerlo, pues la Iglesia católica dirige más de 300.000 instituciones educativas, de salud, y de asistencia que se encuentran realmente al servicio de los más pobres del mundo. La Iglesia es testigo cada día de las dificultades en las que viven los inmigrantes, los refugiados, las víctimas de conflictos y de aquellos que no cuentan ni siquiera con lo indispensable para alimentarse o con medicamentos.

        Queremos lanzar un llamamiento a una transformación cultural. Ofrecer ayuda, con respeto, es una de las formas más importantes del trabajo humano, así como la reestructuración del mundo del trabajo para que la seguridad y la promoción de la mujer no tengan lugar a expensas de la vida familiar.

¿Ha cambiado la condición de la mujer en el mundo diez años después de la Conferencia de Pekín? ¿Se han dado progresos? ¿Y retrocesos?

         La situación es muy variada. En numerosas partes del mundo, las mujeres han progresado de manera constante en el campo de la educación y del empleo, a pesar de que la situación es menos alentadora en el caso de madres con niños.

        En algunos aspectos, la condición de la mujer se ha deteriorado. Lo más preocupante es que las tres cuartas partes de la «población pobre» mundial se compone de mujeres y niños. Esto sucede también en las sociedades ricas, en las que el coste del divorcio y de las familias monoparentales recae particularmente sobre las mujeres.

        La pobreza y las rupturas familiares están ligadas, además, al aumento de otros males, como la violencia o el abuso sexual.

En la conferencia de Pekín de 1995 se dieron puntos de fricción entre la Santa Sede y las Naciones Unidas, en particular sobre cuestiones como la salud reproductiva (que algunos interpretaban como derecho al aborto), la igualdad de géneros, la educación sexual de los niños… Desde entonces, algunos de estos aspectos han vuelto a surgir en las discusiones de la ONU. ¿En qué estado se encuentra actualmente este debate?

         Al igual que en Pekín, la Santa Sede afirmó claramente la semana pasada en esta reunión que estos documentos de la Conferencia no crean nuevos derechos humanos internacionales, y que todo intento en este sentido sobrepasaría la autoridad de este encuentro. Estas advertencias son necesarias para prevenir el intento de alterar el sentido del lenguaje más bien vago de los mismos documentos.

        Hay que recordar que los debates más importantes sobre estas cuestiones tienen lugar a nivel nacional. Los grupos de presión en materia de política demográfica y de liberación sexual tratan de introducir siempre referencias a los derechos reproductivos y sexuales en los documentos de la ONU, tratando de influenciar la opinión nacional y las leyes.

        Estos grupos se encontraban en el punto más elevado de su influencia en los años noventa. Por este motivo, una parte de los documentos de Pekín más que representar las reales preocupaciones de las mujeres reflejan la agenda de diferentes grupos de intereses particulares.

¿Qué responde usted a quienes acusan a la Iglesia de estar pasada de moda en la manera en que afronta las cuestiones sobre la mujer?

         Lo que realmente ha pasado de moda hoy es el viejo feminismo de los años setenta, con su actitud negativa ante el hombre, el matrimonio, la maternidad, y su rígida defensa del aborto y de los derechos homosexuales.

        Por lo que se refiere a la Iglesia, siempre queda espacio para mejorarse, pero es difícil encontrar una institución que haya hecho más por la promoción del bienestar de un número tan elevado de mujeres.

        La preocupación de la Iglesia por la educación de las mujeres es antigua y bien conocida. Con el sistema privado de salud y educación más grande del mundo, la Iglesia se encuentra muy cerca de las preocupaciones cotidianas de las mujeres, «hace camino» con ellas, mientras que otros se limitan a «hablar».

¿Cree que se valora el «genio femenino» en sentido cristiano?

         Es interesante constatar que los nuevos feminismos que están surgiendo tienen muchos puntos en común con la visión católica de colaboración complementaria entre el hombre y la mujer para favorecer el desarrollo de una cultura favorable a la mujer y a la familia.

        Una preocupación esencial para un creciente número de mujeres es que el progreso en el campo económico, social y político no tenga lugar en detrimento de la vida de familia.

        Es un problema para el que todavía no se ha encontrado una solución en ninguna sociedad y es un problema al que el «viejo» feminismo de los años setenta era en general indiferente.