Quien agradece, ya ama
¡Cuánto se esconde detrás de esta palabra, tan corta y significativa: “gracias”! Quien se atreve a convertirla en actitud de vida, ha encontrado un camino seguro, no sólo para su propia felicidad, sino para irradiarla a su alrededor.
Nieves García
 


Entendió al fin

        Corregir a una adolescente de 14 años no es fácil. Así me pareció el día que lo tuve que hacer con Caro, una de las alumnas del instituto donde daba clase de Ética. El asunto era delicado porque por sus palabras, quizás irreflexivas, se acabó culpando a una persona del servicio de limpieza del robo de un examen. Su justificación, para quedar ella exenta de culpa, inculpaba a alguien inocente. Las palabras de Caro, como todos la llamábamos coloquialmente, casi cuestan el despido de una buena madre de familia. Fue una larga conversación, que tristemente acabó con un portazo, cuando se levantó malhumorada y salió de la oficina. Todo el día la tuve en mente, pero estaba segura de que era necesario hablar con ella con claridad, y abrir su mente a la verdad y al bien. Con 14 años tenía toda la vida por delante, y era importante que aprendiera ya que en la vida, para amar y ser feliz, hay que aliarse a la verdad, y aceptar las consecuencias de nuestros actos. Pero aún así, una queda con cierto sentimiento de dolor de saber que el otro está sufriendo.

        Cuando en la noche corregía exámenes atrasados, me llamó la atención una nota doblada que encontré entre ellos. La abrí, y leí dos palabras: “Gracias. Caro”. Respiré serena y quedé en paz. Caro, desde el momento en que se detuvo a escribir esta palabra, y poner debajo su nombre, ya había entendido, y más de lo que quizás yo hubiera podido explicarle.

Todo lo que significa

        ¡Cuánto se esconde detrás de esta palabra, tan corta y significativa: “gracias”! Quien se atreve a convertirla en actitud de vida, ha encontrado un camino seguro, no sólo para su propia felicidad, sino para irradiarla a su alrededor. Bien decía Séneca que es tan grande el placer que se experimenta al encontrar un hombre agradecido que vale la pena arriesgarse a no ser un ingrato.

        Hablamos de la gratitud que proviene del interior, no del mero “gracias” formal, que apenas se esboza por un mínimo de educación. La gratitud es uno de los sentimientos más nobles del ser humano, que parece que nos obliga a estimar el beneficio o favor que se nos ha hecho o ha querido hacer, y a corresponder a él de alguna manera.

        ¿Por qué me quedé tranquila cuando leí aquel “gracias” garabateado en un papel mal cortado? Porque cuando alguien agradece es porque en su interior han sucedido grandes acontecimientos:

        Se ha reconocido a sí mismo con realismo porque quien agradece se ha descubierto antes como alguien menesteroso, necesitado de los demás, y este es un buen punto de partida para cualquier persona, pues ésta es nuestra realidad. Tanto oímos hablar de independencia y autonomía que olvidamos que nos definimos más por nuestra necesidad de los otros en todos los órdenes (material y afectivo), que por las cuotas de autonomía absoluta que conquistamos. La independencia convertida en dios, acaba pagando con soledad, y la aceptación sencilla de nuestra dependencia de otros es coronada, al fin y al cabo, con la compañía de los demás. Caro dio las gracias. Después de leer aquella nota, lo primero que sentí fue ganas de verla y estar con ella. Quien aprende a agradecer no estará solo en esta vida.

Más todavía

        Ha valorado el bien que ha recibido, sea grande o pequeño. Detrás de un “gracias”, hay una estima sincera hacia lo que se ha recibido. Ello nos va llevando a ver la vida con ojos más limpios para descubrir la belleza que conlleva. En todo existe un cierto valor, pero no todos lo descubren Agradecer un día con sol o con lluvia, un tiempo de compañía o de silencio, un favor o un detalle, una sonrisa a tiempo o una lágrima de compasión, el placer de una buena siesta o un vaso de agua a tiempo que calma la sed… ¡Cuánto se puede agradecer! De hecho, casi todo se puede llegar a agradecer. Cada día, con todo su equipaje, se convierte entonces en un regalo. Y se vive en la mística de la sorpresa porque el regalo es don inesperado. Caro, aceptó un regalo inesperado, que a pesar de llegar acompañado de lágrimas, era un bien para ella. Se dejó regalar.

        Ha descubierto la bondad del otro, que nos ofreció aquello de lo cual nos sentíamos necesitados. Podía no habérnoslo ofrecido. Pero ¡Pensó en nosotros! Y ello nos hace sentirnos amados. Fuimos por un momento alguien especial para otro. No tenía el deber de hacerlo, como nosotros tampoco tenemos el derecho de exigirlo. Nos ofreció un bien sencillamente porque quiso; lo hizo libremente.

Y más aún

        Ha deseado el bien del otro, quiere corresponderle al menos de la misma manera. Este deseo engrandece el corazón de quien lo experimenta y agrada siempre a quien se le expresa, aunque sea a través de ese tímido y usual: gracias.

        Reconocer, valorar, descubrir y desear el bien son actitudes que nos descentran y nos abren hacia los otros. Lo que es un primer paso para humanizarnos.

        Caro me había agradecido, pero yo era quien sentía admiración por su testimonio de grandeza de alma. Gracias, Caro, por lo que aprendí aquel día y muchos más, de ti y contigo. Me enseñaste que quien agradece ya ama, porque el amor es donación desinteresada. Aquella noche quedé tranquila y llena de esperanza. Todo vino detrás de dos garabatos: un gracias y una firma. ¡Que fácil es entonces dar paz y esperanza!