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La Fundación Independiente busca una sociedad civil más fuerte y participativa y, en ese contexto, en 2001 planteé a la Junta Directiva hacer algo referido a un mal que aqueja a muchísimos ciudadanos: el clásico de «no tengo tiempo». Mi análisis fue que buena parte de la culpa de esa falta de margen para la vida personal se debe a la singularidad de nuestros horarios, circunstancia que solemos achacar a que «aquí hace mucho sol». Un argumento que no se sostiene cuando comprobamos que los griegos, los italianos o los portugueses, con esa misma luz, ni comen a las tres ni cenan a las diez y media. Es más, cuando se suscitó la cuestión el director de cine José Luis Borau escribió en ABC un interesantísimo artículo en el que demostraba, a partir de la hemeroteca, que este horario español no es «de toda la vida», como tendemos a pensar, sino que se asentó a partir de los años treinta. A principios del siglo XX del Rey abajo todo el mundo almorzaba sobre las doce o la una y cenaba sobre las ocho. En función de todo esto, empezamos a reivindicar la normalización en un ambiente de escepticismo, indiferencia y sorna. Pero no nos arredramos. Organizamos conferencias con el CSIC y el sociólogo Amando de Miguel tabuló hasta 800 entrevistas realizadas a todo tipo de personas que demostraron que el español va con la lengua fuera y que no hay que banalizar el tema de dar valor al tiempo.
Pueden serlo y, de algún modo, ya lo son, ya que los jóvenes que se incorporan ahora al mercado laboral plantean a la vez «cuánto voy a ganar y qué horario voy a tener». De momento impera el concepto de «calentar la silla». Se tiende a considerar mejor empleado al que echa más horas, y no al que mejor aprovecha su tiempo. Somos los europeos que más horas pasan en sus talleres u oficinas y los de más bajo nivel de productividad. No es culpa del trabajador, sino culpa del directivo que no sabe establecer unas pautas. Algunos sectores empresariales se han quejado de nuestro planteamiento y dicen «claro, queréis menos horas de trabajo», y no es eso, sino que buscamos una productividad más concentrada. Una prueba evidente de que estos vicios son un error es que cuando las empresas aplican la jornada continua no desciende su productividad.
No hay ni un solo partido que no propugne la conciliación de la vida laboral y familiar y esa propuesta va indisolublemente unida a la racionalización de los horarios. Mientras las formaciones políticas no vinculen estas dos cuestiones, cosa que hasta ahora no han hecho, están haciendo demagogia y mareando la perdiz. Los políticos no se dan cuenta de que si incidieran en este aspecto, los ciudadanos se mostrarían receptivos. A la gente le interesan muy poco las leyes de capitalidad o de reforma de los estatutos en comparación con la aplicación de pautas que repercutirían en su vida diaria. En febrero de 2003 promovimos la creación de una comisión para la equiparación de nuestros horarios con los europeos, de la que forman parte 83 personas entre las que figuran representantes sindicales y también de los partidos. Asimismo, están en ella miembros de RTVE y de la Dirección General de Tráfico. Los españoles dormimos 45 minutos menos al día que el resto de los europeos por el efecto acumulativo de las horas a las que comemos y cenamos y también de que nuestro «prime time» televisivo empieza a partir de las diez y media de la noche. Muy poca gente se acuesta antes de la una y, sin embargo, los accesos a las grandes ciudades entre siete y siete y media de la mañana ya están muy cargados.
Está la aparición de los «niños-llave», los que a partir de los nueve o diez años pasan varias horas solos cada día por las tardes porque sus padres no han vuelto del trabajo. Así prolifera el mal uso de la televisión y de internet. Por eso estoy convencido de que será la mujer el motor de este cambio, porque ahora comparte las mismas aspiraciones laborales del hombre pero es más sensible a los temas familiares y de los hijos. Ahora, la gran perjudicada por el peso de estos horarios es la mujer. La jornada continua, el teletrabajo y la flexibilidad de horario serán conquistas suyas. Una empresa pionera en estos planteamientos de flexibilización es, por ejemplo, IBM, en la que está al frente una mujer, Amparo Moraleda.
Las comidas tardías y excesivas son un estorbo para la inmensa mayoría de los trabajadores, pero eso no quita para que en determinados círculos de decisión sigan existiendo. Nuestra propuesta tiene excepciones en una sociedad moderna en la que durante las 24 horas tiene que haber determinado tipo de servicios como los de policía o los sanitarios, pero esas jornadas atípicas o dilatadas no tienen por qué extenderse a la gran mayoría de la población.
Lo ideal sería un desayuno fuerte a primera hora y después un almuerzo mediterráneo sobre la una, que le lleve al trabajador tres cuartos de hora o una hora. Con estas pautas la jornada normal no se prolongaría más allá de las seis de la tarde. Lo que no es asumible es que en un mundo cada vez más globalizado aquí vayamos a nuestro aire, un aire que, además nos perjudica | |
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