No se gana un partido por “default”.
Hombres y mujeres de la tierra (II)
Las reglas de algunos juegos dicen que se gana un partido cuando no se presenta el equipo contrario, pero realmente este hecho no comprueba que el “equipo ganador” sea realmente mejor que el ausente. Puede serlo y puede no serlo. En la sociedad occidental generalmente, se establecen relaciones de causa-efecto algo prematuras cuando se habla de las diferencias entre hombre y mujer y los comportamientos típicos de cada uno de los sexos. Se dice que el hombre es más deductivo y por el contrario la mujer habrá de ser más inductiva; o que la mujer tiene mejor expresión verbal que el varón, o que el varón es más fuerte y la mujer más débil. Es como ganar una cualidad por “default”, dado que parece que el otro no la tiene, yo me lo adjudico. Pero son afirmaciones algo inciertas que proceden de estereotipos educativos.
Carolina Duarte Mujer Nueva
 


        Las pruebas de que estos estereotipos no reflejan la verdad del hombre o de la mujer provienen de:

1. Los estudios de la antropología cultural que tanto auge tuvieron en el siglo XX

        La Antropología cultural basaba sus conclusiones en los estudios de campo realizados en comunidades actuales pero primitivas. Buscaba conocer al hombre en diferentes marcos culturales, para distinguir lo común a todos y lo específico del añadido cultural.

        Sin analizar ahora críticamente las conclusiones a las que llegó en los años 50 Margaret Maed, en sus trabajos en Oceanía, es objetivo que ayudó a mostrar que varias de las cualidades que se pensaban como netamente masculinas o como femeninas y que se tenían por intocables y absolutas, realmente eran más bien producto de una educación cultural concreta.

        Éste es el caso de los tchambulis, un pueblo de Oceanía que solo cuenta con 600 miembros y ha construido sus viviendas a la orilla de uno de los más bellos lagos de Nueva Guinea. Allí, las mujeres son ágiles y sin adornos, diligentes y laboriosas, ellas son las que pescan y van a la mercado; los varones, son los que se acicalan y usan adornos, tallan, pintan y ensayan pasos de baile. Son ellos quienes adornan sus cabellos. Las mujeres usan la cabeza rapada. Son también los varones los que se ofenden por pequeños detalles pero su reacción no es la típica violenta del “macho agresivo”, sino más bien la desconfianza, los gemidos y la espera de un momento más adecuado donde pueda “vengarse”. Son ellos los que suelen ser resentidos. Son las mujeres más prácticas, quienes les miman, cuidan y alientan a los varones. Ellos son los que amamantan a los bebés con leche de cabra(1).

        En cambio entre los Arapesh, un pueblo que habita las escarpadas e improductivas montañas de Torricelli, curiosamente tanto los hombres como las mujeres responden más al patrón femenino que tenemos en Occidente. Por el contrario, entre los Mundugumores, un pueblo vigoroso e inquieto que vive a orillas del Yuat, tanto los hombres como las mujeres responden a nuestro ideal masculino. Las mujeres son fuertes como los hombres. En la vida adulta, las mismas relaciones amorosas se expresan con arañazos y golpes. Cuando capturan un enemigo, tanto hombres como mujeres, pues ambos participan por igual en la guerra, lo matan y se lo comen y cuentan el incidente riendo. Entre ellos cualquier rasgo de delicadeza o compasión es inconveniente.

2. Los estudios de Historia

        También la Historia posee ejemplos reales que también vienen a demostrar que cuando se piensa que la mujer tiende naturalmente más hacia profesiones como enfermera, maestra, etc., de nuevo se está cayendo en un estereotipo heredado de las transformaciones posteriores a la Revolución industrial, pero que no tiene un fundamento natural en la identidad femenina o masculina. No siempre ha sido así.

        Ya en la misma Grecia nos encontramos con mujeres que estudiaban y enseñaban disciplinas hoy consideradas como científicas. En la escuela platónica o en la pitagórica las admitían en su seno, siendo famosas las denominadas “primeras pitagóricas”, pertenecientes en su mayoría a la propia familia de Pitágoras: Teano, Arignote, Myia y Damo. También la médico Agamede, que vivió en el siglo XII o Agnodice , nacida y muerta en Atenas en el último tercio del IV y que constituye un hito en la historia de las mujeres científicas, por su renuncia a la propia identidad femenina para poder practicar la medicina , son un ejemplo de ello.

        En el período de la Edad Media en una especie de desafío al sentido histórico, no deja de sorprendernos la aparición de rostros femeninos: nombres de reinas con un rol activo, que el historiador está obligado a considerar, comenzando por Clotilde, la reina cuya influencia es decisiva en el rey Clodoveo. Poco después harán lo mismo Teodosia en España y Teodelinda en Lombardía, y en Inglaterra la reina Berta influirá en su esposo, el rey de Kent, de forma definitiva para su gobierno.

        Destaca también en esta época la influencia de la mujer que es mayormente educada para que ella sea la que aprenda a leer y copiar manuscritos, cuando se dedica más al hombre a las labores rudas del campo y del ganado. En el siglo XIII eran las mujeres médicos más numerosas que los hombres. Así, San Luis, rey de Francia, parte a Tierra Santa con su esposa, acompañado de una de ellas. Y en este mismo hecho de las cruzadas conocer que las mujeres también participaban en ellas.

        Regine Pernaud demuestra con amplia documentación en su libro “La mujer en el tiempo de las catedrales ” que el lugar de la mujer en la sociedad occidental se fue reduciendo a medida que en Europa, especialmente desde el siglo XIII, se fue extendiendo y afianzado el poder de la burguesía, quien fue creciendo en poder político y económico. Esta expulsión de la vida social, cultural y política tendrá su auge en la Revolución industrial. Habrá que llegar hasta el siglo XX para iniciar “la revolución femenina” que ahora nos ocupa.

        La idea de la mujer hogareña ocupada en las labores domésticas terminó de romperse el día en que las mujeres americanas comenzaron a trabajar en fábricas en plena segunda guerra mundial, porque urgía mano de obra para la producción de armamento. La Historia está plagada de ejemplos representativos, que demuestran como en numerosas ocasiones la mujer ha ejercido protagonismo cultural, político, social y no ha vivido relegada a las tareas domésticas.

        Una investigación seria sobre lo que aporta la diferenciación sexual al hombre y a la mujer, ha de evitar sacar conclusiones precipitadas, y buscar principios de fondo que sean los rectores del trabajo. Ello permite que las conclusiones puedan ser válidas más allá de la casuística histórica o cultural. Uno de estos principios base podría ser el siguiente:

        Tanto el hombre como la mujer tienen en común los elementos que especifican la forma natural de ser de un ser humano (la misma naturaleza humana): un espíritu personal que les otorga inteligencia, voluntad y los hace libres; poseen ambos un cuerpo humano, que bajo la primacía del espíritu les permite ser y actuar; comparten los mismos fines naturales y la misma tendencia a realizarse en orden al mismo último fin: el amor. De ello se deduce que ambos son genuinamente seres humanos, y comparten por ello la misma dignidad.

        La verdadera igualdad entre ellos respeta sus diferencias naturales como ventajas que los ayudan a realizarse y posibilitan el desarrollo de la sociedad.

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Mead, Margaret, El hombre y la mujer, Compañía General Fabril Editora, Buenos Aires 1966, p.192