Colombia: más de 20 años trabajando en los barrios de Cali
La fundación Los Valles desarrolla programas de formación dirigidos a mujeres de barrios necesitados de Cali, con el objetivo de prepararlas para el mercado laboral. Más de 1.000 mujeres de Nueva Floresta, un barrio de 75.000 habitantes, se benefician de esta labor social.
Rosita Puccini
www.opusdei.org 25 de octubre de 2004
Atrae a muchas personas
María Epifania en el taller de bisutería.

        Santiago de Cali es una ciudad situada en el valle del río Cauca, entre las cordilleras Central y Occidental de los Andes colombianos, al suroeste del país. Es una tierra próspera y fértil, con un clima tropical agradable. El principal motor de la economía es la industria de la caña de azúcar, actividad que atrae a personas de otras zonas del país en busca de mejores oportunidades de trabajo. Como resultado de este fenómeno, algunos terrenos han sido invadidos por construcciones rudimentarias, que han originado un panorama urbano caracterizado por la escasez y la indigencia, que personas pudientes de Cali no quisieron ignorar.

        Una de las muchas iniciativas que han nacido con el objeto de poner remedio a esa situación de pobreza y abandono es la fundación Los Valles, que dio sus primeros pasos en 1980, cuando Victoria de Rodríguez y un grupo de universitarias abrieron un dispensario médico en el que se ofrecía a señoras ancianas un conjunto de servicios sanitarios y la posibilidad de adquirir productos de todo tipo a precios accesibles en un almacén. Las jóvenes voluntarias participaban en las actividades del centro cultural Cerronaya.

La necesaria infraestructura

        Tras un tiempo de trabajo, se dieron cuenta de la necesidad de ampliar la oferta del dispensario médico a otras personas, en particular madres de familia y mujeres solteras. Asimismo, decidieron dar inicio a programas de formación profesional, con el fin de que muchas mujeres pudiesen mejorar su nivel de vida.

La sede, en Aguablanca
        Para la fundación Los Valles, el 12 de octubre de 1994 es una fecha significativa. Ese día tuvo lugar su aprobación jurídica, trámite necesario para la tarea que deseaba llevar a cabo. Por entonces, se inició la tarea en el distrito de Aguablanca, localidad en la que actualmente sigue estando la sede de Los Valles.

        Los dirigentes de la fundación, basándose en un estudio socioeconómico de la zona, establecieron las prioridades en atención a las necesidades reales de la población y a las preferencias de los habitantes. Con esa información, Los Valles decidió ofrecer algunos programas de aprendizaje en especialidades como moda y confección, artesanías variadas, cocina y pastelería. Desde un principio, los promotores de esta iniciativa social quisieron compaginar la necesaria capacitación técnica con clases de orientación familiar y cursos de formación cristiana.

Varias posibilidades de progreso

        Como subraya Ziola Rosa, madre de tres hijas, que aspira a montar un taller de cortinería, de todo lo que ha aprendido en Los Valles lo que más aprecia es lo que le han enseñado sobre la importancia de educar bien a los hijos, entendiendo y respetando las características y exigencias propias de cada edad. “Los padres pueden y deben prestar a sus hijos una ayuda preciosa, descubriéndoles nuevos horizontes, comunicándoles su experiencia, haciéndoles reflexionar para que no se dejen arrastrar por estados emocionales pasajeros, ofreciéndoles una valoración realista de las cosas” (Conversaciones, 104). Estas palabras de san Josemaría han sido un descubrimiento y una luz para muchas madres que han pasado por Los Valles.

María Jesús, con más de 65 años, ha querido aprender a leer y a escribir.

        Otra de las iniciativas que la fundación promueve es la creación de cooperativas de trabajo asociado, empresas solidarias cuyos dueños son los mismos trabajadores. Otro de los programas dirigido a mejorar los ingresos económicos de la familia es el de “Talleres de manualidades”.

        En cada uno participan 12 alumnas que se forman durante tres semestres en la manufactura de bordados y confecciones. “Para aprender a trabajar con un espíritu más responsable –explica María Epifania, una de las alumnas-, el taller tiene su propia junta directiva y cada alumna aporta cinco mil pesos para comprar los materiales que necesitamos”. Además de participar en el taller, María Epifania da clases de bisutería y decoración de paredes en la Universidad y enseña modistería en otro establecimiento. Otras alumnas han logrado vender sus trabajos en el extranjero, en países como México y Estados Unidos. Cuenta Alba Rocío, profesora de cortinería, que al final de cada semestre es tradición que las alumnas expongan sus productos y trabajos entre los habitantes del barrio, en un sencillo y simpático acto al que asisten también las voluntarias de Los Valles, para compartir entre todos un momento de alegría.

Con un poco de sacrificio personal
Zoila Rosa tiene tres hijas y aspira a montar un taller de cortinería en el barrio.

“Aprender: que es fecundo”
        Los trabajos de la fundación están atendidos por un equipo de orientadoras familiares y voluntarias, en torno a 20 personas, que se encargan de las clases y de atender otras ocupaciones necesarias para el correcto funcionamiento de la sede. Entre otros cometidos, las voluntarias tienen una reunión mensual, en la que fijan un calendario de trabajo, teniendo en cuenta los objetivos y las prioridades formativas. “En esas reuniones –afirma Fanny de Duque, directora de formación de la fundación– evaluamos el rendimiento académico de las alumnas y los logros obtenidos, como, por ejemplo, el hecho de que las alumnas hayan instalado en sus casas talleres de trabajo”.

        Ser voluntaria de Los Valles supone esfuerzo, y muchas veces no poco sacrificio, pues requiere una dedicación de tiempo y de energías no fácilmente compatibles con las obligaciones laborales que cada una tiene. Oliva, por ejemplo, es profesora de un colegio en Terrón Colorado, un barrio periférico de Cali. Lleva cuatro años dando clases de alfabetización en Los Valles y valora esta experiencia como “un voluntariado que ha significado un crecimiento espiritual para mí”. Está orgullosa de sus alumnas. “Han mejorado mucho –dice- en compresión e interpretación de lectura, y también han aprendido a redactar cartas. Es para mí un motivo de enorme alegría contemplar el afán de aprender que tienen”. Un gozo seguramente compartido desde el Cielo por san Josemaría, que escribió en ‘Camino’ (n. 239): “Una mirada al pasado. Y... ¿lamentarte? No: que es estéril. Aprender: que es fecundo”.