A la vuelta de Roma: Opus Dei

Por el Arzobispo de Pamplona Mons. Fernando Sebastián. Diario de Noticias, 15.X.02

Varios puntos de vista

        En estos días pasados ha sido noticia la canonización de San Josemaría Escrivá hecha en Roma por el Papa Juan Pablo II el domingo día seis de octubre. Para muchos fue un día espléndido. Para otros fue poco menos que un escándalo. Vale la pena dedicar unos minutos a reflexionar desde la fe sobre este acontecimiento y esta diversidad de opiniones.

        Quienes asistimos a la celebración del día seis, pudimos ver el fervor, la alegría y la seriedad que manifestaban los asistentes. Allí no hubo infantilismos, ni triunfalismos, ni demostraciones de poder. La grandiosidad estuvo en el gran número de los asistentes, en la calidad religiosa de los sentimientos y del comportamiento de la gente y en la minuciosa y casi perfecta organización del conjunto.

La honestidad obliga

        La muchedumbre que se movilizó para acudir a Roma es un hecho que hace pensar. ¿Cómo es posible que un hombre, en poco más de cincuenta años, haya promovido un movimiento semejante en todo el mundo? Algo hay ahí que no se explica sin admitir la existencia de un mensaje serio, profundo, capaz de atraer la adhesión de muchas personas en todas las situaciones y latitudes.

        Este mensaje, dicho de mil maneras, comentado de manera incisiva e interpelante por el nuevo santo, ha atraído a cientos de miles de personas en el mundo entero. No sirve de nada detenerse en anécdotas o en aspectos secundarios. Hay que ir a la sustancia de las cosas y la honestidad obliga a reconocerlas en su verdad. Muchos cristianos han encontrado en el Opus Dei la ayuda que necesitan para descubrir y vivir con alegría y perseverancia su vocación de hijos de Dios, su vocación a la madurez y la perfección cristiana.

Con un mensaje antiguo

        El mensaje es sencillo y nace del corazón mismo del evangelio y de la fe cristiana: Dios nos ama a todos, quiere que vivamos como hijos suyos guiados y sostenidos por su Hijo Jesucristo, todos estamos llamados a ser santos, todos podemos salvarnos y santificarnos viviendo el amor de Dios en las ocupaciones y relaciones de la vida ordinaria. La causa secreta del éxito del Opus es anterior y más amplia que la Obra, nace de la más hondo de la revelación cristiana, pertenece a todos los cristianos y está al alcance de todos los hombres y mujeres de buena voluntad en cualquier parte del mundo.

        Me parece urgente que nosotros, en la Iglesia de Navarra, seamos capaces de aceptar con agradecimiento la existencia del Opus Dei en la Iglesia, la misión y la tarea del Opus Dei en Navarra, el bien que muchos hermanos nuestros reciben participando de una manera o de otra en la vida de la Obra. La desconfianza, la exclusión, las distancias debilitan el vigor interior de nuestra Iglesia, nos hacen daño a todos, deforman nuestra espiritualidad y nuestra vida.

Los unos y los otros

        Las prácticas espirituales de los miembros del Opus, de una u otra manera, no tienen por qué ser patrimonio sólo de ellos. La piedad, la devoción a la Eucaristía y al sacramento de la penitencia, la dirección espiritual, la devoción a la Virgen María, el respeto por las normas de la Iglesia, en una palabra, el afán por vivir intensamente la vida cristiana, en perfecta comunión con la Iglesia, y en un exigente y sincero servicio al bien del prójimo, en la vida familiar y profesional, no tienen por qué ser patrimonio privativo de nadie, pues son bienes y características de todos los buenos cristianos. Si en el Opus se vive todo eso con intensidad, el ejemplo de estos hermanos nuestros nos tiene que estimular a los demás no a criticarlos, sino a vivir esas mismas cosas, a nuestro modo, con no menos diligencia que ellos.

        La vida cristiana de las parroquias y de las familias cristianas será mejor si todos nos dedicamos a vivir con ilusión y efectividad nuestra común vocación a la santidad de los hijos de Dios, dentro y fuera del Opus, alegrándonos unos de los bienes de los otros. Los que forman parte de la Obra no tienen que menospreciar a los que viven su vida cristiana de otra manera, ni desconfiar de ellos. Y los que vivimos en la Iglesia y no pertenecemos al Opus Dei tenemos que alegrarnos de que algunos hermanos nuestros encuentren en esa institución la ayuda que necesitan para vivir la vocación cristiana a la santidad con diligencia y perseverancia. Ese tiene que ser el estilo y el clima de una Iglesia sana, sin críticas, sin divisiones, sin juicios condenatorios ni falsas complacencias.

Ahora a ser mejores

        Algo parecido cabe decir en relación con otras realidades de Iglesia, presentes entre nosotros, Neocatecumenales, Movimientos de Acción Católica, grupos, comunidades y asociaciones cristianas de todo género. Si de verdad lo principal para todos es la fe en Dios, el seguimiento de Cristo y la participación en la misión única y variada de la Iglesia, eso nos tiene que unir y acercar unos a otros. Si la variedad nos desune y nos aleja unos de otros, es que no nace del Espíritu de Dios sino de otros espíritus menos santos.

        El gran acontecimiento del seis de octubre abre en nuestra Iglesia nuevas posibilidades, la posibilidad de una Iglesia más reconciliada, más atenta a las riquezas espirituales de la vocación cristiana, dedicada más acertadamente a las tareas de la evangelización, con menos sospechas y menos críticas internas, con una unidad más verdadera, más gozosa, más operante, con un vigor espiritual más vibrante y diligente en el trabajo de la propia santificación y de toda clase de apostolados y de atención fraterna a los hermanos necesitados.