"Encarnita Ortega: Páginas de amistad"

(por Maite del Riego Ganuza)

Presentación del libro en el Centro Cultural de la Villa.

Miguel Aranguren Madrid, 28 de marzo.
www.miguelaranguren.com

Providencia protagonista de los comienzos

        Buenas tardes. Antes de comenzar, quiero agradecer la invitación de la Asociación Cultural Zurbano para que participe en la presentación de este libro de relatos de amistad sobre Encarnita Ortega. Me siento muy dichoso de poder glosar durante unos minutos algunos de los rasgos de una mujer extraordinaria a la que acabo de conocer gracias a estas páginas editadas por Rialp. Y es que, con personas de la categoría de Encarnita Ortega se puede fraguar una buena amistad, incluso después de que hayan emprendido el camino hacia el cielo. Si me permiten el atrevimiento, una vez finalizada la lectura de estas "Páginas de amistad", tengo la sensación de que Encarnita está sentada en esta mesa, o que me observa, con una mirada amable, desde la primera fila de esta sala, dándome algún consejo sobre su dilatada experiencia de hablar en público.

        Dada mi cercanía al Opus Dei, no puedo dejar de preguntarme por la asombrosa naturaleza de las primeras personas que se acercaron a San Josemaría. Me pregunto si yo hubiese sido capaz de semejante resolución ante una propuesta de vida que por entonces parecía a todas luces una locura, y a la que, además, se sumaron las dificultades de los comienzos y no pocas incomprensiones. Dudo de mi capacidad a la vez que brota en mi corazón un agradecimiento sin fisuras por la fidelidad de los primeros que, como Encarnita, abrieron con su "sí" definitivo los caminos divinos de la tierra. Encarnita fue protagonista providencial de los comienzos del Opus Dei, desde aquella experiencia directa de la predicación de San Josemaría, en 1941, hasta su último latido en la Clínica Universitaria de Navarra, una mañana, a la hora del ángelus, de 1995.

Con la fuerza de la confianza en un santo

        Encarnita, al igual que quienes roturaron las primeras huellas del Opus Dei, creyó sin amago de duda que aún en vida sería testigo del completo servicio que la Obra prestaría a la Iglesia y a la humanidad en los cuatro puntos cardinales del planeta. Basta reflexionar sobre el papel de la mujer en la España de la posguerra, para comprender que el reto de Encarnita de llevar a Cristo por todas las encrucijadas de la tierra entrañaba no pocos riesgos. Aún faltaban algunas décadas para que se reconociese el nivel de independencia e iniciativa que goza hoy la mujer en todos los ámbitos de la vida laboral, cultural y social, por lo que su empeño de entregarse a Dios en medio del mundo se me antoja un constante ir a contracorriente.

        Numerosos viajes me han permitido comprobar las consecuencias que ha tenido la fidelidad de hombres y mujeres como Encarnita Ortega en muchos rincones del mundo. Sin su respuesta decidida y su confianza sin quiebra a los planes del fundador del Opus Dei, no podríamos hablar de tantas labores: de Perú a Kenya, de Filipinas a Brasil, de Suecia a Australia, de las antiguas repúblicas soviéticas a los Estados Unidos y, sobre todo, no podríamos hablar de tanta gente que ha transformado su vida al albur de un mensaje nuevo y viejo a la vez.

Una mujer con sus cosas... como todos

        Maite del Riego ha conseguido transmitir, a través del testimonio de las personas que trabaron amistad con Encarnita, especialmente en sus últimos veinte años de vida, la riqueza del corazón de esta mujer menuda de talla pero de tanta grandeza interior. La autora no esconde los aparentes defectos de la protagonista –especialmente, su carácter fuerte–, porque no pretende que su trabajo resulte un panegírico sin más, sino que el lector comprenda que los hombres y las mujeres que dejan poso también tiene defectos, y que en la lucha por vencerlos reside su grandeza.

        Encarnita representa a los hombres y mujeres de Dios para el nuevo milenio: personas de la calle, que no se distinguen de los demás más que en el amor que ponen en la realización de sus asuntos cotidianos. Encarnita puede ser plantilla para la novela abierta de cada uno de los que hoy estamos reunidos en esta sala.

El pensamiento para los demás

        A través de las páginas del libro, he visto que una de las características que le distinguían fue el optimismo. Optimismo para superar con paz los años de necesidad material en el Opus Dei, para cada cambio de residencia, para cada nueva labor, para cada meta. Vivió con optimismo su enfermedad, incluso cuando su cuerpo era como un limón exprimido, porque estaba convencida de que sus dolores eran un regalo de predilección para servir mejor a Dios y a los demás.

        Me estremece leer de qué manera se arreglaba Encarnita para disimular el sufrimiento físico que le partía en dos, con el único afán de quitar preocupaciones a quienes le atendían. No era lo mismo estar mal peinada que bien, ni vestir con gusto o con descuido. Ni siquiera se perdonaba no lucir un poco de maquillaje, porque sabía que esa manera de cuidarse también era un ejercicio de caridad, de caridad heroica, añado.

Porque contemplaba más allá de las personas Encarnita -el libro que esta tarde presentamos lo muestra de manera diáfana- descubría el rostro de Cristo en cada persona que se le acercaba, un proyecto de eternidad por el que merece la pena desgastarse. Esa vocación de servicio fue correspondida con infinidad de amigos. Por esa razón, Maite del Riego ha dado en la diana al componer su homenaje con retazos de esas amistades, testimonios directos que hacen aún más creíble la personalidad excepcional de Encarnita Ortega. Muchos de sus amigos estáis hoy aquí, y supongo que sentiréis una emoción especial al oír el nombre de Encarnita amplificado en esta sala, y desde esta sala al mundo entero. Porque Encarnita es la persona con quien os gustaba hablar, a quien necesitabais confiarle hasta lo más íntimo, de quien recibíais siempre un gesto de cariño, incluso cuando la enfermedad le dolía hasta en la sonrisa. Sabéis que teníais una amiga heroica, un espejo en el que miraros para el resto de vuestros días.
Para que de cada una lucirse lo mejor Me alegra compartir esta mesa con Enrique Loewe, propietario de una firma que vive obsesionada por unir belleza y calidad en sus productos, sobre todo en estos tiempos en los que parte de la industria de la moda se ha dejado atrapar por derroteros que parecen no tener en cuenta la demanda de sus clientes. Belleza tiene poco que ver con provocación o con lo estrafalario. La belleza es sinónimo de sublime y de equilibrio al mismo tiempo, aspectos en los que la firma Loewe lidera el mercado desde hace décadas. La belleza en la creación textil fue una de las obsesiones de Encarnita Ortega, bien recogida en este libro. Trabajó con tanta profundidad en el campo de la moda, que llegó a convertirse en una voz de referencia. Entendía la moda como una expresión de la dignidad del ser humano, especialmente de la mujer. Para ella, la moda era un servicio a las necesidades de la persona, un disfrute y un descanso. Encarnita hizo de la moda, incluso, un lugar de encuentro con Dios, desde el diseño a la confección, desde la presentación en tienda de los productos textiles hasta la venta y su posterior disfrute. Qué imagen más poética y más real la de Dios metido en los quehaceres de un taller textil. Qué imagen más real, más del gusto del fundador del Opus Dei, la de Cristo entre los patrones, las agujas, las pasarelas y las boutiques. Esta fue una de las sanas obsesiones de Encarnita Ortega, que vestía y aconsejaba vestir de acuerdo a unos principios cargados de estética y libertad, para que luciese lo mejor de cada mujer. Además, en cada uno de los procesos de la moda, en cada uno de sus ámbitos, hizo puñados de amigos.
Huella imborrable de una amistad especial

        De cuando en cuando, los que nos dedicamos al oficio de escribir, que también es un servicio a la sociedad, sentimos el pellizco de la vanidad, y pensamos en la manera en la que nos gustaría ser recordados. Después de leer el libro de Maite del Riego, si alguna vez alguien se toma la molestia de redactar unas páginas en recuerdo a mi paso por la tierra, también quisiera que en vez de adornar brillantes batallas que no he vivido, recopilara la opinión de mis amigos, si es que en ellos dejo una huella siquiera parecida a la que Encarnita ha grabado en vuestros corazones. Qué bonito recorrer la vida sembrando amistad, dejándonos la piel en beneficio de los demás, aprendiendo de quienes nos rodean, despertándoles sonrisas y acompañándoles en sus lágrimas. A todo esto, Encarnita Ortega añadió una capacidad especial para que cientos de personas descubriesen un horizonte nuevo: el de la juventud perenne que regala vivir cerca de Dios.

        La amistad de Encarnita, me atrevo a aventurar después de la lectura de estas "Páginas...", nada tenía que ver con el interés de sacar provecho de sus amigos. Poseía una personalidad tan acentuada que le sobraban las vanaglorias. Iba por derecho, directa a las alegrías y preocupaciones diarias de la gente. Era tan amiga de personas distinguidas, como de gente corriente, sin relevancia social alguna. Porque en la amistad, como en la familia, se nos quiere por lo que somos, no por lo que tenemos. Por el bien de un amigo, Encarnita era capaz de traspasar los montes, de quemar todas sus naves. Con los amigos reía y lloraba, alentaba sueños, descansaba y trabajaba durante larguísimas jornadas. A pesar de su físico cada vez más frágil, los amigos le dotaban de una fuerza inagotable. Tal vez le fallara el aliento, pero no el corazón, esa capacidad casi infinita de querer, de desvivirse por todos los que formabais parte de sus ocupaciones, desde aquella maravillosa vecina que le llamaba con un silbato de patio a patio, con la que compartía los misterios del cáncer, a aquella joven viuda que encontró en Encarnita el empuje para rehacer su vida y sonreír.

Y recorrió una senda andadera para muchos

        La muerte fue para Encarnita compañera de camino durante un montón de años. Sabía que su enfermedad no tenía retorno, al igual que estaba convencida de que los años que iba sumando significaban su cercanía al cielo. Pese a todo, amaba la vida con una plenitud envidiable. Su corazón latía con la misma fuerza que a sus veinte años, porque cada día comenzaba una nueva aventura, que llenaba de detalles de servicio, de trabajo y de oración.

        No me queda más que lanzar un reto. A quienes están hoy presentes en esta sala, a cuantos conocieron a Encarnita Ortega y a cuantos la conocerán a través de la lectura de este libro de Maite del Riego: la senda que abrió Encarnita, la senda que abrieron tantos hombres y mujeres enamorados, está para ser andada. Los más, caminaremos con aire distraído, porque esa es nuestra limitada condición de hombres corrientes. Pero quienes podáis, abrasar con vuestras huellas allí donde el resto debemos posar nuestras pisadas.

        Muchas gracias.