Día 25. Triduo de
Navidad
II
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José Ángel
García Cuadrado
s

Delante del Portal

El viaje de los Reyes Magos
Federico F. de Buján
La Historia de los Reyes Magos
Federico F. de Buján

        Muchos siglos habían pasado, antes de la noche que hoy celebramos solemnemente, desde promesa de un Salvador, después de la expulsión del Paraíso de nuestros primeros padres. El pueblo de Israel no había dejado de pedir, con una súplica anhelante, la llegada del Mesías. En realidad, la petición del pueblo escogido era la oración de toda la Humanidad que esperaba el gozoso día en el que se cumplieran las antiguas profecías, como la del libro de Isaías: Hoy brillará una luz sobre nosotros, porque nos ha nacido el Señor.

        Aquella noche, un ángel enviado por Dios da la Buena Nueva a unos pastores que estaban por esa región cuidando sus rebaños: una gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Después de la sorpresa y el temor ante lo sobrenatural, los pastores acuden con prisa a adorar al Mesías, olvidándose de su descanso porque, sin duda, este acontecimiento merecía la pena el sacrificio. Y encontraron al Niño envuelto en pañales; y se volvieron alabando a Dios por todo lo que habían visto y oído. Mientras tanto, el buey, la mula, mudos testigos de este hecho, a partir del cual la historia de la humanidad cuenta sus años, ni siquiera sospechan que su aliento animal está sirviendo para calentar al Hijo de Dios.

        La noticia ha ido difundiéndose de boca en boca. Cuantos los oían se maravillaban de cuanto decían los pastores, aclara san Lucas. Los habitantes de Belén y de sus alrededores se hacen eco de la narración de los pastores. Los judíos más piadosos recordarían sin duda las antiguas profecías, como aquella del profeta Miqueas: Y tú Belén, tierra de Judá, de ninguna manera eres la menor entree las ciudades de Judá, pues de tí saldrá un jefe que será el guía de mi pueblo, Israel. ¿No habrá llegado ya el momento tan esperado?, se preguntarían. Un rayo de esperanza se abre en los corazones de gente sencilla y piadosa del pueblo de Israel.

        La noticia llegaría como habladurías a Jerusalén. Además, unos sabios de lejanas tierras han venido para adorar al nacido Rey de los judíos. Herodes se inquieta. Si fuera verdad... –piensa torpemente– su reinado estaría en peligro, y el miedo a perder el poder humano le lleva a cerrarse a Dios. Miedo que se convertirá en crueldad cuando decrete la matanza de los inocentes de Belén. ¡Este el el triste resultado de los reinados terrenos, cuando se cierran a la Verdad de Dios! Y es que con un corazón cegado por la soberbia y el deseo de poder, no se puede aceptar a Dios, ni siquiera cuando se presenta bajo la forma de un Niño recién nacido.

        Por contratre, los Magos buscan la verdad afanosamente. No son del Pueblo escogido, pero su ciencia les impulsa a una generosa búsqueda de la Verdad y no se detienen hasta encontrarla. Finalmente en la hallan en forma humana, envuelta entre la humildad de unas pajas. Esta búsqueda exige del hombre todo el esfuerzo de su inteligencia, la rectitud de la voluntad, «un corazón recto», y también el testimonio de otros que le enseñen a buscar a Dios, aclara atinadamente el Catecismo de la Iglesia Católica.

        La venida de Cristo al mundo es una llamada para cada hombre, y no podemos ignorar el Amor y la Bondad divina. ¿Cual será nuestra actitud ante el Portal de Belén? La escena se repite hoy porque la figura y la enseñanza de Cristo no deja nunca indiferente: ¿Por qué el mundo se empeña en cerrarle sus puertas como el posadero? ¿Por qué el miedo de tantas gentes a perder la seguridad en un modo de vida humano –solamente humano– hace que se persiga a Cristo y a sus discípulos? ¿Por qué nuestro afán de suficiencia y el amor propio nos ciegan indolentemente ante el Amor que se nos ofrece? ¿Por qué no nos decidimos a buscar a Cristo y su Verdad refugiándonos detrás de una escéptica frialdad con aire de intelectuales? ¿Cómo podemos estar tan preocupados por nuestras riquezas que somos incapaces de no compadecernos de los que viven en condiciones infrahumanas?

        María conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón, apunta san Lucas. La oración de Nuestra Madre y de San José nos ayudarán a enfrentarnos con nosotros mismos; o mejor, a abrir con valentía nuestro corazón a Cristo. La confiada adoración de los pastores y de los magos al Dios hecho carne, nos ayudará a recibir con esa misma fe y amor a Cristo hecho Pan en la Eucaristía.