Novena a la Inmaculada Concepción

"Un poder enamorado"

7 de diciembre, día octavo


Predica don Eduardo Terrasa

        Ayer hablábamos de esa existencia de Jesús que es una existencia entregada, derramada. Su amor es un amor humilde, un amor majo. Y ante este amor, nos podríamos preguntar: ¿cómo es su poder, el poder de Dios, la omnipotencia divina? Es un poder que no es como el de los hombres, un poder que se impone, que hace valer su presencia, su fuerza de voluntad. Cuando en un lugar se dice "éste manda mucho" es señal de que el resto manda poco. El poder humano se da por acumulación. Cuando uno impone su voluntad sobre nosotros, nos empequeñece, nos quita libertad, frena nuestra vitalidad. Con Dios no pasa esto.

        Dios es poderoso en la Cruz, reina en la Cruz. Dios es poderoso en el portal de Belén, siendo un niño. Dios es poderoso en la Eucaristía, como pan. Dios se hace pequeño. Su amor le hace pequeño, indefenso, desvalido. Y así es como nos despierta, como nos hace crecer. Él ha venido para que tengamos vida, y la tengamos en abundancia. Él ha venido a traernos la libertad de los hijos de Dios, que supera todas las trabas y las limitaciones de este mundo. Y nos da todo esto haciéndose pequeño, ocultándose en la Eucaristía, siendo obediente hasta la muerte. Y al verlo así de indefenso, despertamos, queremos protegerle, no hacerle daño, que nada le haga daño. Así despierta Él nuestro mejor amor.

        Seguro que la Virgen le quería tanto porque le veía tan pequeño, tan loco, tan despreocupado por sí mismo, tan derramado. Por eso su entrega a Él era también humilde, pequeña. He aquí la esclava del Señor.

        Hay una historia en el Evangelio que, en el fondo, nos habla de la Virgen. Es la historia de otra mujer que también estaba loca. María, la hermana pequeña de Lázaro. Conocía y quería muy bien a Jesús. Con un cariño y un conocimiento humilde, tiernos y sabio. Aunque también era atrevido, como se verá.

        Después de la resurrección de Lázaro, él y Simón el leproso (mejor dicho, el ex-leproso, porque tú lo habías curado…, y Lázaro sería entonces el ex-muerto) quisieron organizar una buena comida en su honor. Pero María quería ofrecerle algo especial, algo que reflejara todo el cariño y el agradecimiento que sentía por Él. Y no se le ocurrió otra cosa que comprarle un perfume carísimo. Se ve que por aquella época lo del perfume era algo más importante que ahora. Como las mujeres de entonces no disponían de dinero propio, tuvo que pedírselo a Lázaro (no tendrías 300 denarios). Y era bastante dinero: el equivalente a lo que ganaba un jornalero en todo un año. Yo me imagino a Lázaro poniendo pegas (por aquello de que los judíos miran mucho la pela), y a María diciéndole: "¡Serás tacaño: encima que te resucita!" Se ve que al final Lázaro soltó la pasta y María pudo comprar el perfume.

        Pero, ¿cómo te lo iba a dar? Si te lo daba sin más, ella sabía lo que pasaría: Jesús se lo daría a los apóstoles para que lo vendieran y lo dieran a los pobres. Era lo que Jesús hacía siempre. También podría haberle dicho que ese regalo era sólo para Él, para que lo usara Jesús. Pero siempre hay algo personal, interesado en eso. Un regalo es un presente, que hace que uno sea tenido presente en el regalo (cuando lo uses, te acordarás de mí). Por eso nos enfada que alguien trate mal un regalo que le hemos hecho, o que no sepa dónde lo ha dejado: es como despreciarnos a nosotros mismos.

        No. Ella quería regalarle algo que significara la misma entrega de su vida. Pero una entrega humilde, que no cree que valga mucho, que no se da mucha importancia, que no se entiende como una hazaña que hay que aplaudir y agradecer. No quería que Jesús pensara que se estaba dando importancia, no quería que le diera demasiada importancia. Tenía que dárselo de una manera que reflejara sus sentimientos. "Toma, que te aproveche mientras te dure". Una vida entera de amor sólo le estaba perfumando mientras durara. Ese perfume era ella, todo lo que ella era y todo lo que podía conseguir en la vida. Y todo eso se lo entregaba por entero y de un golpe, sin quedarse nada y sin darse importancia.

        Ella no pensó con interés en el agradecimiento. No: a ella le bastaba con haberle perfumado una vez, con haberle servido una vez en su vida aunque ella se hubiera dejado en ello toda su vida, aunque ese gesto quedara después en el olvido, sin rastro. No quería que la recordara o que la quisiera más por el perfume (¿qué perfume, si ya no existía porque se lo había gastado todo en ti?: por no quedar no quedó ni el frasco). Ni se lo ofreció razonablemente para que lo utilizara en lo que creyera más oportuno (de hecho, Jesús nunca tuvo el frasco de perfume en tus manos). No le preguntó qué quería o si le parecía bien el regalo. Quería gastarse en Él todo lo que tenía y todo lo que era, y Jesús sólo tenía que estar ahí quieto, dejándose mojar por su perfume. ¡Qué maja!

        Jesús se quedó de piedra, paralizado por la sorpresa y la emoción. Comprendió de inmediato todo lo que le estaba diciendo aquella bendita mujer, y se le hizo un nudo en la garganta. Por eso, los hombres que estaban con Él a la mesa pudieron tomar la palabra. Después de un breve silencio de estupor ante lo que habían presenciado, ellos alzaron la voz: "¿Para qué se ha hecho este derroche de perfume? Se podía haber vendido por más de trescientos denarios y haberlo dado a los pobres". "¡Qué despilfarro: te has pasado, mujer!" Y tú seguías callado, intentando tragar el nudo que te ataba la garganta.

        Pero, cuando más o menos te repusiste del golpe, levantaste la mirada hacia los comensales y la defendiste: "Dejadla, ¿por qué la molestáis? Ha hecho una buena obra conmigo, pues a los pobres los tenéis siempre con vosotros, y podéis hacerles bien cuando queráis; a mí, en cambio, no siempre me tenéis. Ella ha hecho cuanto estaba en su mano: se ha anticipado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura". Esto ocurría el martes anterior a tu pasión y muerte. Y durante toda la noche del jueves y lo que te duró el viernes, mientras te insultaban, te escupían, te golpeaban, te azotaban, te coronaban de espinas, te crucificaban…, ese perfume de amor te acompañó, era lo único agradable que percibían tus sentidos. Y tú, lo que necesitabas en ese momento de soledad y de traición, de dolor y de oscuridad, era un amor así de total y de desinteresado, así de dulce y de compañero. Ella no se imaginaba lo importante que iba a ser para ti ese perfume. Pero se nota que te conocía bien, que estaba enamorada de ti con un amor muy especial: amaba a su Jesús Dios con toda el alma. Y por eso acertó de una manera tan genial.

        Pero no terminó ahí la cosa. Ella quería -en su humilde amor- que su gesto quedara atrás en el tiempo, que se consumiera en el acto. El aroma del perfume pasaría y ya está: "que te aproveche, mi Jesús, mientras te dure". Y no temía la incomprensión y los reproches de los hombres, no le daba vergüenza quedar mal ante ellos por eso que había hecho por ti. Pero tú sentenciaste: "En verdad os digo: dondequiera que se predique este Evangelio en todo el mundo, siempre que se hable de mí y se cuente mi vida, se contará también lo que ella ha hecho, para memoria suya".

        Así ha de ser nuestra entrega. Sólo así estamos a la altura del amor de Dios, de ese amor que se hace pequeño. Por eso tenemos que entender y valorar la virginidad y el celibato. Sea cual sea su forma, tiene un valor único, aunque escondido. Grandioso e indefenso. Es la gran riqueza de la Iglesia y el gran consuelo y ayuda de Dios. Es una forma de amar y de entregarse muy humilde. Es no vivir la propia vida para poder ayudar a los demás a vivir las suyas. Es invertir toda la capacidad de amar en el servicio a los demás, en la amistad, en sacar este mundo adelante. Son los representantes de ese amor grande y humilde de Dios en este mundo, los que hacen presente ese amor, como antorchas que alumbran todos los amores de esta tierra.

        Decía san Josemaría: "Sois un instrumento, un medio del que Dios quiere servirse para atraer las gentes a su Amor. Más aún: sois el Amor mismo de Dios, porque lo llevamos con nosotros a todas partes con nuestra entrega".

        Pero es tan fácil despreciar esa entrega: parece una tontería, un exceso, un despilfarro. Y no. Es un amor grande, tierno, que llena el corazón. "Es una pena no tener corazón. Son unos desdichados los que no han aprendido nunca a amar con ternura. Los cristianos estamos enamorados del Amor. El Señor no nos quiere secos, tiesos, como una materia inerte. ¡Nos quiere impregnados de su cariño! El que por Dios renuncia a un amor humano no es un solterón".

        Tenemos que rezar para que en la Iglesia haya cada vez más personas entregadas por completo: Dios lo necesita, el mundo lo necesita imperiosamente. Y tenemos que fomentar que a nuestro alrededor (en la familia, con los amigos) se entienda bien esta entrega. Sin empujar a nadie, ya que es algo libérrimo, que brota del fondo del alma (como el regalo de María). Pero de verdad. Y que los estáis en esa edad en la que uno comienza a marcar el rumbo de su vida os planteéis esa pregunta.

        Y acudamos a la Virgen. Que Ella nos ponga delante de nuestra vida, a cada uno. Delante de lo que Dios nos pide con tanta humildad, sin imponerse. "Nadie lo hará por ti, tan bien como tú, si tú no lo haces". Con ella, con María, es fácil, porque ella vence, con su amor delicado de madre, todas nuestras resistencias.