Día 14 I Domingo de Cuaresma

        Evangelio: Lc 4, 1-13 Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto, donde estuvo cuarenta días y fue tentado por el diablo. No comió nada en estos días, y al final sintió hambre. Entonces le dijo el diablo:
        —Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan.
        Y Jesús le respondió:
        —Escrito está:
        No sólo de pan vivirá el hombre.
        Después el diablo lo llevó a un lugar elevado y le mostró todos los reinos de la superficie de la tierra en un instante y le dijo:
        —Te daré todo este poder y su gloria, porque me han sido entregados y los doy a quien quiero. Por tanto, si me adoras, todo será tuyo.
        Y Jesús le respondió:
        —Escrito está:
        Adorarás al Señor tu Dios
y solamente a Él darás culto.
        Entonces lo llevó a Jerusalén, lo puso sobre el pináculo del Templo y le dijo:
        —Si eres Hijo de Dios, arrójate de aquí abajo, porque escrito está:
        Dará órdenes a sus ángeles sobre ti
para que te protejan
y te lleven en sus manos,
no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra.
        Y Jesús le respondió:
        —Dicho está: No tentarás al Señor tu Dios.
        Y terminada toda tentación, el diablo se apartó de él hasta el momento oportuno.

Somos tentados

Vivir la Santa Misa

        La escena que contemplamos en este primer domingo de Cuaresma es un diálogo real entre Jesús y el diablo. Este personaje desdichado se apartó de Dios definitivamente, como explica el Catecismo de la Iglesia Católica, y procura siempre el mal de los hombres: Satán o el diablo y los otros demonios son ángeles caídos por haber rechazado libremente servir a Dios y su designio. Su opción contra Dios es definitiva. Intentan asociar al hombre en su rebelión contra Dios.

        El diablo no fue malo desde el principio. Enseña el concilio cuarto de Letrán que el diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos. San Pedro, en efecto, dice en su segunda carta que pecaron y fueron arrojados por Dios al infierno. La sugerencia: seréis como dioses, con la que Satanás tentó a nuestros primeros padres, manifiesta la verdad de las palabras de Jesús de que es padre de la mentira y homicida desde el principio.

        Es verdaderamente homicida puesto que con su seducción mentirosa induce, desde el principio, al hombre a desobedecer a Dios; en lo que consiste nuestra perdición, más terrible que la muerte física. Pero Dios, que es Padre bueno, nunca consiente que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas. Jesucristo venció para nosotros definitivamente al maligno, pues, como dice san Juan, el Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo. Y la gracia de Dios se difunde como fuerza en nosotros para vencer las tentaciones, cuando nos unimos al Señor por la oración y los sacramentos.

        Recordemos que es otra criatura –aunque poderosa por ser puro espíritu– y que no puede impedir el triunfo del Reino de Dios establecido en Jesucristo. Nos dice el Catecismo que su acción, real en el mundo, es un misterio para nosotros que aceptamos confiando en Dios, pues, como afirmaba san Pablo a los Romanos, todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios.

        Iluminados por el Paráclito le suplicamos aprender, con más segura firmeza, que fuimos creados para Dios y que Dios ha querido ser también para cada uno. El tentador, en cambio, según observamos en el fragmento evangélico de hoy, no acepta el señorío del Creador sobre el mundo. Intenta establecer su criterio personal y que prevalezca sobre el de Dios, su Creador.

        Vigilemos para no caer en esa locura de la soberbia que, aunque no se nos presente de ordinario tan descaradamente como en este pasaje de san Lucas, sí está presente en esa cultura, demasiado extendida, según la cual se puede llevar a cabo y es correcto todo aquello posible en el ámbito de la propia libertad; con tal de que no interfiera inmediatamente con el orden social. El hombre sería señor de sí mismo. Sus capacidades y talentos podría emplearlos con toda justicia –al ser libre para hacerlo– en lo que considere más oportuno, sin referencia a otra instancia superior, pues él mismo, como señor de sí, establecería los criterios de bondad y maldad.

        Con diversos matices en cada una de las tentaciones, esa contradictoria preeminencia, de la criatura imponiéndose al Creador, es lo que pretende el diablo frente a Jesús. Podemos afirmar, sin ningún miedo a equivocarnos, que el problema de Satanás, como el de la cultura aludída, es el orgullo vano de considerarse autónomo, independiente de Alguien superior que tiene el derecho a ser Señor de la existencia, por ser Creador de los seres y del bien.

        ¡Qué absurda, por su arrogancia, se manifiesta la actitud de la criatura diabólica tentando al Creador! Así son algunos que se consideran señores, porque se reconocen con libertad para olvidarse de Dios y para dictar ellos las normas de conducta. Sucede no pocas veces en las grandes cuestiones sociales, como las relativas a la vida humana o a la distribución de la riqueza a nivel mundial. Esta pretendida autonomía tiene las lamentables consecuencias que bien conocemos: todo tipo de injusticias, graves lesiones a la dignidad personal ..., aunque tantas veces se cometan apelando, de modo sorprendente, a esa dignidad.

        También en la vida privada –la corriente y sin más relevancia de cada uno– podríamos sentirnos excesivamente autónomos si no mirásemos de continuo a Dios y al Evangelio por el que nos habla. No es lo nuestro vivir una libertad sin condiciones, ni nos corresponde determinar los límites de esa libertad.

        Nuestra Madre Inmaculada nunca tuvo relación con Satanás. Invocándola notaremos su misteriosa pero siempre eficaz protección ante las insidias del diablo y nos reconoceremos, como Ella, criaturas de Dios, felices de ser sus hijos muy queridos.