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Día 13 XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario |
Evangelio:
Lc
21,
5-19
Como
algunos
le
hablaban
del
Templo,
que
estaba
adornado
con
bellas
piedras
y
ofrendas
votivas,
dijo: |
Padecer a causa del Evangelio |
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Reconsideremos
lo
que
nos
enseña
la
Iglesia
en
este
domingo
del
Tiempo
Ordinario,
a
punto
de
finalizar
ya
el
ciclo
Litúrgico.
Podemos,
como
cada
año,
meditar
en
el
fin
del
mundo,
en
los
acontecimientos
últimos
de
la
existencia
humana
sobre
la
tierra,
pero
también
en
la
precisa
realidad
de
la
vida
del
hombre
y
en
su
sentido,
tal
y
como
han
sido
queridos
por
Dios
desde
el
principio.
Lo
que
se
anuncia,
lo
que
sucederá
y
que,
en
cierta
medida,
está
ya
sucediendo,
es
y
será
la
manifestación
necesaria
de
nuestra
condición
tal
y
como
fue
creada.
Vendrán días en los que de esto que veis no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida, respondió Jesús: todo esto pasará. El mundo material que contemplamos no es para siempre. Así concluímos también estudiando las cosas científicamente, al constatar la caducidad inapelable de lo material. Es, asimismo, la experiencia que vamos teniendo, según se suceden las generaciones. Cada día contemplamos, en efecto, el sucederse de las cosas y de las personas. Tal vez por esto no tuvo Jesús réplica a pesar de ser tan radical en su afirmación. Se levantará pueblo contra pueblo y reino contra reino; habrá grandes terremotos y hambre y peste en diversos lugares. Las circunstancias de la vida y del mundo serán en general adversas para el hombre. Pero, de modo particular, para los justos, para los que, fieles a Jesucristo, quieran vivir su doctrina. Es muy interesante saberlo de antemano para que no nos extrañemos de ser mal acogidos o de presentir que nos criticarán si somos fieles al Evangelio y, más aún, si damos testimonio de vida cristiana: Os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, llevándoos ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre: esto os sucederá para dar testimonio. De algún modo más bien de muchos modos, también ahora sucede esto. Aunque no estamos según parece en el fin del mundo, es habitual que lluevan críticas sobre los cristianos. Críticas con una clamorosa ausencia de sentido crítico: "es inadmisible en nuestros días dicen esta pertinacia en oponerse a la contracepción, al aborto..."; y, "...vivimos en una sociedad laica y plural prosiguen, no debemos, por consiguiente, condicionarnos por prejuicios, que son únicamente frenos de ideologías religiosas..." Se ve a Dios y a lo que de Él procede como un enemigo o un rival al que combatir; alguien y algo de lo que librarse a toda costa, pues sería contrario a la capacidad y necesidad humana de desarrollo y felicidad. En el fondo es sólo una actitud voluntarista e irracional. Pues nada lo es más que la afirmación de una absoluta autonomía humana: que autootorgarse decidir el sentido del propio destino, como si el hombre hubiera pensado y configurado previamente su sentido y su destino antes de existir. Se niega el principio de causalidad (no hay efecto sin causa) para la realidad humana que contemplamos y el hombre se constituye en causa libre y válida de su existencia. Nosotros, sin embargo, afirmamos con el himno eucarístico: Te adoro con devoción, Dios escondido. Y lo decimos humildemente, pero más ciertos que nadie; porque, una vez más, contemplamos cómo se cumplen las palabras del Señor: convenceos de que no debéis tener preparado de antemano cómo os vais a defender; porque yo os daré palabras y sabiduría que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Es justamente la impresión que debe tener el Romano Pontífice, cuando se le niega con burla irónica, descalificándole por mayoría de votos, sin argumentos, cuando asegura, por ejemplo, el deber respetar y amar la vida humana desde el inicio, o la necesidad de hacer una distribución más equitativa de los recursos naturales. Los enemigos del Evangelio pueden tener la fuerza pero no la razón. Porque, mientras tanto, la vida nuestra contrasta decididamente con la de la mayoría, y esto, lejos de producirnos inseguridad nos confirma, si cabe, más en la verdad y valor de una actitud que cuesta bastante mantener. Pero ya nos habló claramente Nuestro Señor de la injusticia que padeceríamos: seréis entregados incluso por padres y hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre. Por mucho que nos cueste, seremos capaces de ir contra corriente, sobre todo si contamos con María: Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas, nos prometió su Hijo. Nuestra Madre además nos protege, y perseverar con Ella es fácil. |
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