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Sintonía
con Cristo
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Michel
Esparza
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En
este breve pasaje del Evangelio de san Marcos queda manifiesto el deseo
redentor de Jesús y que, para lograr esa salvación del
mundo, cuenta con los hombres, los hace partícipes de la misma
grandiosa tarea que Él ha asumido.
Nos
sitúa el evangelista en los primeros compases de la vida pública
del Señor. Juan el Bautista, el Precursor del Mesías,
había hasta hace poco anunciado al Salvador; pero ahora estaba
en la cárcel ya lo sabemos por ser leal a Dios a
pesar de la oposición de los poderosos de la tierra. Finalmente
su cuerpo sucumbió, pero su espíritu inmortal y sus palabras
verdaderas, irrefutables, triunfaron porque estaba con Dios. Juan fue,
entre otros muchos que le precedieron y tantos otros que le imitaron
después, un apóstol excepcional. Quiso que su vida fuera
para la salvación: procurar la eterna bienaventuranza, de paso
que anunciaba a su alrededor ese destino que Dios ha previsto para los
hombres.
Haced
penitencia, creed en el Evangelio,
decía el Señor a la gente; porque es preciso rectificar
la mala conducta que está en todos y hacer nuestra
la vida conforme al Evangelio anunciado por Jesucristo y antes ya, en
cierta medida, por los profetas. Es necesario corregir esa conducta
nuestra que tiende al egoismo, a la comodidad, al orgullo... y asumir
la vida que el Señor espera de cada uno, con la que le honramos,
reconociéndole como Dios y Señor nuestro.
Estaban
aquellos hombres dedicados exclusivamente a lo suyo y se considerarían
buenas personas, que trabajaban duro y honradamente para vivir y por
su familia. Su existencia, sin embargo, podía ennoblecerse considerablemente
a partir del Evangelio, encarnando esa "buena nueva" que acababa de
llegar con Jesús. Porque el fin de la vida del hombre, lo que
colma de riqueza su paso por la tierra, es mucho más que sentirse
lleno con el propio quehacer material; mucho más, incluso, que
sacar adelante a la familia, en medio de muchas dificultades como suele
suceder. Con la venida del Señor, con la Encarnación del
Verbo y con su paso por nuestro mundo, se habían abierto, según
expresión feliz de san Josemaría, los
caminos divinos de la tierra.
Cada mujer y cada hombre se queda corto, muy corto, si sólo sale
adelante; si únicamente triunfa entre los afanes de este mundo;
porque todos tenemos ya un lugar en el corazón de Dios, Padre
nuestro.
Jesús
llama a aquellos primeros para que esa "buena nueva" se propague en
Palestina y con el tiempo, a través de muchos otros que continuarían
su tarea, en todo el mundo. La llamada divina es imprescindible, pues,
así como sin el designio de llamarnos a Sí no sería
posible trascender nuestra humana condición, del mismo modo,
sólo con la llamada de Jesucristo, que hace idóneos para
la misión, es posible llegar a ser pescadores
de hombres, capaces de
extender el Reino de Dios en la tierra: Seguidme,
y os haré pescadores de hombres,
les dice.
Podrían
haberse negado ante la petición del Señor. A pesar de
su autoridad y de la fuerza persuasiva de sus milagros, podrían
haberse excusado con otras ocupaciones que llenarían su vida
por entonces: su familia, sus compromisos, sus proyectos… Ellos responden
positivamente: al
instante, dejaron las redes y le siguieron… dejando a su padre Zebedeo
en la barca con los jornaleros, se fueron tras él,
responden también Santiago y Juan. Otros no fueron tan generosos,
según nos cuentan asimismo los evangelistas, y uno, Judas Iscariote,
lo abandonó y traicionó después de haberle seguido.
La respuesta al apostolado es libre aunque comience por la llamada divina
que dispone a la misión.
Si
no pide Jesucristo a la mayoría dejar todas las cosas, sí
espera de todos amor agradecido en nuestro camino hacia la Casa del
Padre. En cada instante, reconociéndonos en su presencia, descubrimos
lo que más le agrada y así le podemos amar en medio de
las ocupaciones propias de nuestro estado. La santidad, pues, ese objetivo
imprescindible que cada hombre necesita buscar si quiere dirigir su
vida a la máxima plenitud, depende de cada uno; en concreto de
la respuesta actual a lo que Dios espera de mí, de ti en cada
jornada.
María
tampoco lo dudó. Escuchar el anuncio de Gabriel y manifestar
su total disponibilidad para lo que agradaba más a Dios, fue
todo uno. Por eso, nosotros queremos imitarla y nos encomendamos a su
maternal protección para saber hacerlo. ¡Que sepamos ser
inmensamente felices, como Ella, por haber conocido que el Creador cuenta
con nosotros cada día!
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