Día 8 La Inmaculada Concepción de la Virgen María

        Evangelio: Lc 1, 26-38 En el sexto mes fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David. La virgen se llamaba María.
         Y entró donde ella estaba y le dijo:
         —Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo.
         Ella se turbó al oír estas palabras, y consideraba qué podía significar este saludo. Y el ángel le dijo:
         —No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios: concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará eternamente sobre la casa de Jacob y su Reino no tendrá fin.
         María le dijo al ángel:
         —¿De qué modo se hará esto, pues no conozco varón?
         Respondió el ángel y le dijo:
         —El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que nacerá Santo será llamado Hijo de Dios. Y ahí tienes a Isabel, tu pariente, que en su ancianidad ha concebido también un hijo, y la que llamaban estéril está ya en el sexto mes, porque para Dios no hay nada imposible.
         Dijo entonces María:
         —He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.
         Y el ángel se retiró de su presencia.

Purificarnos para Dios

Sombra y Luz I

 

 

 

Hipótesis sobre María
Vittorio Messori

 

 

 

La anunciación a María
Paul Claudel

 

        Celebramos hoy la gran Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios. No seremos capaces de disponernos en este día tan singular como se merece Santa María: somos niños toscos para valorar los tesoros sobrenaturales. Procuremos, en todo caso, considerar de modo especial en este día, que Dios –Sabiduría Eterna– quiso a su Madre totalmente limpia de pecado desde su primer instante, para que fuera una digna morada del Verbo. María, Madre de Dios y Madre nuestra, puesto que iba a concebir virginalmente al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo, fue librada desde siempre y por siempre de toda relación con satanás. Nunca hubo en Ella pecado, ni esa consecuencia del pecado que es la tendencia al mal, consecuencia del desorden originado en nosotros por el pecado original.

        En María reina en todo momento una perfecta armonía. Corresponde a su Creador y Señor comprendiendo que siempre es voluntad divina su bien. Esta comprensión positiva de su realidad personal frente a Dios, es una manifestación más de su inocencia original. En María se cumple en todo momento, como Dios espera, la vida humana. Es la criatura que responde exactamente a esa 'imagen y semejanza' que quiso el Creador plasmar de Sí en el hombre. En Ella, como asiente a Dios en todo, se manifiesta toda la bondad y la perfección que el Creador quiso para su Madre.

        Por nuestros pecados, en cambio, tendemos a contemplar torcidamente la realidad. Incurrimos en ignorancia, pues tenemos la inteligencia herida por el pecado original y los demás pecados que, desde entonces, apartan al hombre de Dios y de la perfección con que Dios nos quiso. Debemos, por esto, suplicar con perseverancia en la oración rectitud en nuestros juicios y apreciaciones, y una comprensión recta de nosotros mismos y de la realidad, que nos permita decidirnos por lo verdadero y bueno. No deseamos vivir entre engaños, ni de nuestra condición personal ni de las circunstancias que nos rodean, y suplicamos a Dios, de quien procede toda verdad y todo bien, que no deje que nos engañemos por lo más fácil, por lo más grato, por lo que nos hace más atractivos o eficaces, pero solamente en este mundo.

        Asimismo, queremos vigilar para no escatimar el esfuerzo que honradamente podemos y debemos poner con tal de cumplir la divina voluntad. No queremos cumplir hasta cierto punto o en cierta medida sólo, lo que Nuestro Señor espera de nosotros; sino acabadamente: dedicando a nuestras tareas el esfuerzo y el cansancio necesarios, hasta hacer rendir del todo las cualidades que de Él hemos recibido. Unicamente así podremos afirmar con verdad que lo hemos intentado sinceramente, y descansaremos entonces de verdad tranquilos. Posiblemente todavía tendremos que reconocer que es posible –con más capacidad, con más tiempo disponible, con más talentos en suma– concluir aquella tarea con más perfección. Personalmente, en todo caso, ya habremos cumplido, por el momento, a la espera tal vez de otras circunstancias más favorables. Y, si hemos de admitir que por nuestros defectos no cumplimos acabadamente, que nuestra contrición "supla" lo que no alcanzó nuestra generosidad.

        La figura de Nuestra Madre Inmaculada nos ofrece, entre otros, un ejemplo de rectitud para captar la verdad de las circunstancias en las que Dios nos espera. Contemplando su vida santísima, se nos muestra con más claridad si son reales las dificultades que decimos tener y si son proporcionados los medios que ponemos para cumplir la voluntad de nuestro Dios. Como Ella se declaró esclava del Señor, también nosotros queremos entregarnos sin condiciones y servirle por amor lo mejor que podamos en cada circunstancia. Pidamos a Santa María ser también humildes, para –en nuestro caso– reconocer los defectos personales y limitaciones, para acogernos al poder providente de Nuestro Padre Dios, que cuenta con cada uno, siendo como somos, y que proveerá en favor nuestro para que se cumpla su voluntad.

        Santa María, Regina apostolorum –le decimos con san Josemaría–, reina de todos los que suspiran por dar a conocer el amor de tu Hijo: tú que tanto entiendes de nuestras miserias, pide perdón por nuestra vida: por lo que en nosotros podría haber sido fuego y ha sido cenizas; por la luz que dejó de iluminar, por la sal que se volvió insípida. Madre de Dios, omnipotencia suplicante: tráenos, con el perdón, la fuerza para vivir verdaderamente de esperanza y de amor, para poder llevar a los demás la fe de Cristo.