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Día 16 VI Domingo del Tiempo Ordinario |
Evangelio:
Mt 5, 17-37 No
penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido
a abolirlos sino a darles su plenitud. En verdad os digo que mientras
no pasen el Cielo y la tierra no pasará de la Ley ni la más
pequeña letra o trazo hasta que todo se cumpla. Así, el
que quebrante uno solo de estos mandamientos, incluso de los más
pequeños, y enseñe a los hombres a hacer lo mismo, será
el más pequeño en el Reino de los Cielos. Por el contrario,
el que los cumpla y enseñe, ése será grande en
el Reino de los Cielos. Os digo, pues, que si vuestra justicia no es
mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino
de los Cielos. |
Vivir en la ley de Dios |
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Somos criaturas de Dios, nos recuerda el Señor en este pasaje de San Mateo que hoy no ofrece la Iglesia. Dios, infinitamente sabio y poderoso, nos ha configurado según su voluntad, no solamente en lo más externo, visible y material de nuestro cuerpo. Nos ha configurado, ante todo, según su voluntad, en cuanto a la conducta que hemos de seguir libremente para alcanzar la plenitud que nos corresponde como personas. Son esos mandamientos y esos preceptos: esa ley, que es absolutamente decisiva para nosotros porque es divina, y, por consiguiente, el que quebrante uno solo de estos mandamientos, incluso de los más pequeños, y enseñe a los hombres a hacer lo mismo, será el más pequeño en el Reino de los Cielos. Por el contrario, el que los cumpla y enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos. San Josemaría nos asimila a bloques de piedra para la construcción: Nosotros
somos piedras, sillares, que se mueven, que sienten, que tienen una
libérrima voluntad. Por eso: De que tú y yo nos portemos como Dios quiere no lo olvides dependen muchas cosas grandes. Puesto que la voluntad de Dios no puede sino ser triunfadora: en eficacia y en gozo de quien la vive. Aunque personalmente no llevemos la iniciativa, o, mejor sería decir, hemos decidido querer lo que quiere Dios. Esta es la llave para abrir la puerta y entrar en el Reino de los Cielos: "qui facit voluntatem Patris mei qui in coelis est, ipse intrabit in regnum coelorum" el que hace la voluntad de mi Padre..., ¡ése entrará! Como siempre, si amamos mucho a Dios, querremos ser como el quiere. Seremos felices sabiendo que nos estamos identificando con la voluntad divina. Por el contrario, estaremos tristes cuando la voluntad de Dios no se ha configurado en nosotros, aunque hayamos hecho libremente nuestra voluntad. De hecho, quien quiere ser buen cristiano, tiene en todo momento frente a sí la voluntad de Dios, y la va comparando con sus proyectos y con sus obras realizadas. ¿Resignación?... ¿Conformidad?... ¡Querer la Voluntad de Dios! Así se expresaba también San Josemaría. Hay una revolución, efecto de la Gracia santificante, desde la resignación (cumplir de mala gana, aunque con decisión) hasta el amor (cumplir con entusiasmo aunque cueste), que no echa de menos otra conducta más apetecible. Por lo demás, cumplir la voluntad de Dios, que equivale a actuar libremente de acuerdo con el ejemplar divino en cada momento, comportarnos de acuerdo con nuestra condición personal, no puede ser sino plenamente satisfactorio y gratificante, no puede si somos sinceros con nosotros mismos sino traernos la alegría y la paz. San Josemaría lo afirmaba: La aceptación rendida de la Voluntad de Dios trae necesariamente el gozo y la paz: la felicidad en la Cruz. Entonces se ve que el yugo de Cristo es suave y que su carga no es pesada. Dios, Señor nuestro, es infinitamente bueno, en su insondable sabiduría. Por consiguiente, aunque cumplir su voluntad nos cueste, y nos cueste mucho en ocasiones, de esa obediencia nos vendrá siempre la mayor felicidad. Puede parecer en ocasiones un misterio, para la limitada inteligencia humana, pero todo es posible para Dios, que nunca consiente que la tristeza defraude a los que se esmeran por cumplir su voluntad. Por lo demás, Dios nos pide imposibles. Se tratará siempre de intentar identificarse con la voluntad divina lo mejor que podamos. El intento sincero, fruto de nuestro amor, es suficiente para agradar a Dios y es todo lo que espera de nosotros. Santa María, esclava del Señor, acoge nuestros buenos deseos si, como niños pequeños, hijos suyos, pedimos su ayuda para agradar siempre y en todo a nuestro Padre celestial. |
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