NOVENA A LA INMACULADA día quinto

 

Madre del Redentor,
virgen fecunda,
puerta del cielo siempre abierta,
estrella del mar,
ven a librar al pueblo que tropieza y se quiere levantar.
Ante la admiración de cielo y tierra,
engendraste a tu santo Creador,
y permaneces siempre virgen.
Recibe el saludo del arcángel Gabriel
y ten piedad de nosotros, pecadores.

Eficacia de María por su docilidad

Los ojos de María
Vittorio Messori y Rino Cammilleri

        Todo es humanamente normal para la Virgen y la Sagrada Familia. Una vez circuncidado Jesús: a los ocho días como mandaba la Ley de Moisés, es necesario que María y José vayan a Jerusalén para la Purificación de la Madre y la Presentación del Niño en el Templo. Así nos lo narra san Lucas:

        Y cumplidos los días de su purificación según la Ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está mandado en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor; y para presentar como ofrenda un par de tórtolas o dos pichones, según lo mandado en la Ley del Señor.
         Había por entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Este hombre, justo y temeroso de Dios, esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu Santo estaba en él. Había recibido la revelación del Espíritu Santo de que no moriría antes de ver al Cristo del Señor. Así, vino al Templo movido por el Espíritu. Y al entrar con el niño Jesús sus padres, para cumplir lo que prescribía la Ley sobre él, lo tomó en sus brazos, y bendijo a Dios diciendo: Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, según tu palabra: porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado ante la faz de todos los pueblos: luz que ilumine a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel. Su padre y su madre estaban admirados por las cosas que se decían acerca de él. Simeón los bendijo, y dijo a María, su madre: Mira, éste ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel, y para signo de contradicción y a tu misma alma la traspasará una espada, a fin de que se descubran los pensamientos de muchos corazones.
         Vivía entonces una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era de edad muy avanzada, había vivido con su marido siete años de casada, y había permanecido viuda hasta los ochenta y cuatro años, sin apartarse del Templo, sirviendo con ayunos y oraciones noche y día. Y llegando en aquel mismo momento alababa a Dios, y hablaba de él a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.

        Debemos detenernos en primer lugar en el cumplimiento mismo del precepto: se someten a la Ley de Moisés que el evangelista llama la Ley de Señor. No entramos ahora en el origen de esta Ley, ni en qué consistían la purificación de la madre y la presentación del niño, acontecimientos que la Iglesia celebra como fiesta el día dos de febrero. Recordemos en cambio, con san Josemaría en su comentario al cuarto misterio gozoso, que cumplido el tiempo de la purificación de la Madre, según la Ley de Moisés, es preciso ir con el Niño a Jerusalén para presentarle al Señor. —¿Te fijas? Ella –¡la Inmaculada!– se somete a la Ley como si estuviera inmunda.
¿Aprenderás con este ejemplo, niño tonto, a cumplir, a pesar de todos los sacrificios personales, la Santa Ley de Dios?

        Hay muchas normas de conducta que debemos cumplir porque están establecidas justamente y que, en algún momento pueden provocar nuestra rebeldía: ¿¡Por qué...!?, clamamos impetuosamente por dentro y hasta por fuera protestando por lo que no nos gusta, quizá en primer lugar porque no es decisión nuestra. Luego, a veces, con más calma, acabamos reconociendo que era oportuno aquel criterio y estaba justamente establecido.

        Nos encomendamos a la intercesión poderosa de José y de María, y nos darán luz para descubrir la Voluntad de Dios, también en esas pautas de comportamiento que de cuando en cuando nos encontramos preestablecidas. Así, obedeciendo, sentiremos la satisfacción de hacer mucho más que algo simplemente nuestro, porque, mientras obedecemos, nuestra voluntad es también la voluntad de Dios.

        Pero fijémonos en algo más de lo que sucedió aquel día en el Templo con Jesús, María y José: el Espíritu Santo está presente y, a través de Simeón, aquel hombre justo y temeroso de Dios, proclama la salvación que vendrá por Cristo. Una salvación para todos los pueblos sin excepción, una salvación definitiva.

        Simeón llama Salvador a Jesús. Evidentemente, sólo puede hacerlo a partir de una revelación sobrenatural del Espíritu Santo como aclara san Lucas. Porque Salvador de verdad es el que remedia todos los males. En efecto, a partir de Cristo todo lo que sucede en el mundo, por su salvación, puede ser positivo. Simeón, especialmente iluminado por el Paráclito, parece anticiparse a lo que dirá san Pablo años más tarde a los Romanos: que todo contribuye para el bien de los que aman a Dios.

        Siendo ésta la real situación del hombre redimido, salvado, en adelante no habría ya grandes motivos de preocupación. Con Jesucristo en el mundo a favor de los hombres, es razonable sentirse tranquilos, más aún, seríamos injustos si no diéramos gracias a Dios y no exultáramos de gozo, al contemplar la condición de hijos Suyos que nos ha traído con su venida.

        En todo caso, Simeón estaba en lo cierto: con Jesús llega la luz al gran mundo de los gentiles, al resto del mundo que no era el pueblo primeramente elegido. A partir de Jesucristo ya no es posible una oscuridad, una visión negativa, una tristeza irremediable y con fundamento para el hombre. Sobre todas las sombras humanas, Dios mismo ha puesto su luz al asumir nuestra condición. Que Dios se hizo hombre, significa que el hombre como tal y por tanto todo hombre, también el más deprimido por el sufrimiento cualquiera que sea, puede superar lo negativo que le entristece. Jesús nos narra san Mateo al comienzo de su evangelio observó que estaban ya cumpliéndose las palabras proféticas de Isaías: el pueblo que yacía en tinieblas ha visto una gran luz; para los que yacían en región y sombra de muerte una luz ha amanecido. Se refería el profeta a la venida de Cristo. Desde entonces añade el evangelistacomenzó Jesús a predicar y a decir: Haced penitencia, porque está al llegar el Reino de los Cielos.

        Todo hombre por Jesucristo está llamado a una gradeza divina, pero ha de ser con El. Jesús es luz para el hombre, la única luz para el hombre: el que no me sigue anda en tinieblas, dijo expresamente. Conviene que recordemos esto, hoy que algunos viven y a veces tratan de imponer estilos de vida que pretenden ser coherentes gracias a otras luces. Jesús, su vida y su doctrina, es la única luz que ilumina, como profetizó Simeón movido por el Espíritu Santo, es la luz de la vida del cristiano. Que no nos extrañe, entonces, la discusión ni el contraste de nuestra la vida con la de muchos: ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel, y para signo de contradicción, declaró Simeón. Estas palabras, del anciano a María, probocaron unos ejercicios espirituales que Juan Pablo II, todavía cardenal, predicó a Pablo VI, pontífice, y se publicaron en el libro Signo de contradicción, que se recomienda.

        Como se recomienda la invocación asidua a Nuestra Madre, Asiento de la Sabiduría, para que nos conceda la luz de su Hijo.