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Los
ojos de María
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Vittorio
Messori y Rino Cammilleri
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Consideramos
hoy un acontecimiento más de la vida de María; ordinario,
para cualquiera que se desenvuelve entre la gente, aunque no sea de
todos los días. Se trata de una boda en Caná, otro pueblo
de Galilea. San Juan no menciona en su relato la presencia de José,
por lo que pensamos que posiblemente ya habría muerto.
Al tercer día narra
el evangelista se
celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y estaba allí
la madre de Jesús. También fueron invitados a la boda
Jesús y sus discípulos. Y, como faltase el vino, la
madre de Jesús le dijo: No tienen vino. Jesús le respondió:
Mujer, ¿qué nos va a ti y a mí? Todavía
no ha llegado mi hora. Dijo su madre a los sirvientes: Haced lo que
él os diga.
Había allí seis tinajas de piedra preparadas para las
purificaciones de los judíos, cada una con capacidad de dos
o tres metretas. Jesús les dijo: Llenad de agua las tinajas.
Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dijo: Sacad ahora y llevad
al maestresala. Así lo hicieron. Cuando el maestresala probó
el agua convertida en vino, sin saber de dónde provenía,
aunque los sirvientes que sacaron el agua lo sabían, llamó
al esposo y le dijo: Todos sirven primero el mejor vino, y cuando
ya han bebido bien, el peor; tú, al contrario, has guardado
el vino bueno hasta ahora. Así, en Caná de Galilea hizo
Jesús el primero de sus milagros con el que manifestó
su gloria, y sus discípulos creyeron en él.
Vemos a María, a Jesús y a sus discípulos
en medio del mundo, participando en un acontecimiento familiar y social
festivo: se alegran los novios, se alegran las familias y hacen disfrutar
de su alegría a amigos y conocidos; entre ellos, la familia
de Jesús. Nos resulta de lo más lógico que la
vida con el Señor sea alegre. La posesión del bien no
produce tristeza sino alegría, y Jesús es el mismo Bien.
De ahí que una vida con Dios, por corriente que sea, incluso
con insatisfacciones, es una vida feliz; debe serlo si verdaderamente
es una vida con Dios.
Contemplando
la escena de Caná que relata san Juan, observamos a la Virgen
que ha descubierto que faltará el vino. Lo notaría sin
querer por alguna circunstancia que no conocemos, pero sabiéndolo
y haciéndose cargo del trastorno que supondría para
los novios, no permanece indiferente. Así lo narra san Josemaría:
Entre tantos invitados de una
de esas ruidosas bodas campesinas, a las que acuden personas de varios
poblados, María advierte que falta el vino. Se da cuenta Ella
sola, y en seguida. ¡Qué familiares nos resultan las escenas
de la vida de Cristo! Porque la grandeza de Dios, convive con lo ordinario,
con lo corriente. Es propio de una mujer, y de un ama de casa atenta,
advertir un descuido, estar en esos detalles pequeños que hacen
agradable la existencia humana: y así actuó María.
No son obstáculo ni el ruido, ni la fiesta,
ni la mucha gente reunida, para pensar en los demás y agradar
a Dios, para desear prestar un servicio. Es necesario, eso sí,
estar dispuesto a olvidarse de uno mismo y desear de verdad que los
otros sean felices. Todo es tener a Dios en el alma y fomentar un
coloquio, quizá sin palabras, con El, que lleve a amarle con
obras en los demás. Se necesita olvido de sí; que, más
que por un propósito expreso de no pensar en uno mismo, se
logra con el intento renovado de fijarse por Dios en los que nos rodean,
para captar sus necesidades, y en el bien de todas las almas.
La actitud de Santa María fue la que veremos
en Jesús durante los años de su vida pública.
En ningún momento decide algo el Señor porque le interese
para sí. Nunca es su gusto el motor de sus decisiones. Son
las gentes que le piden o que sin pedirle están necesitadas,
como cuando le siguen durante días y no tienen alimento; o
cuando se pone a enseñarles porque las ve maltratadas
y abatidas como ovejas que no tienen pastor.
Así actuó también María y cada uno queremos
imitar su solicitud por el prójimo; viendo, como Ella, en cada
oportunidad de ayudar a otro una ocasión para amar a Dios.
En la vida de todos los días, de permanente
relación con otros hombres, semejantes a nosotros y, por tanto,
con buenas cualidades pero también con algunos defectos, encontramos
casi siempre, junto a momentos gratos otros que nos resultan molestos
o más trabajosos por los errores y defectos de los demás.
¡Que no sean nunca algo sólo negativo! Pueden de hecho
convertirse en espléndidas ocasiones de superación personal
con las que además procuramos ayudar a otros: esto no es un
problema, me decía un amigo, es un reto. También humanamente
es más admirable resolver dificultades con la energía
y el tesón precisos en cada caso que acogotarse por lo que
cuesta o ante los defectos de los demás.
La vida del Señor y la de su Madre fueron,
por así decir, un permanente reto ante la miseria humana y
el pecado. La maldad de los hombres es como un estímulo del
amor de Jesucristo y de la Santísima Virgen, Madre nuestra,
que les lleva a entregarse por la humanidad para sacarnos de la triste
suerte a que nos llevan nuestros pecados. Enfrentarse con el mal,
con lo que es defectuoso, como procurar remediar la ausencia de algo
necesario: el vino que faltó en aquella boda, por ejemplo,
puede parecer empresa ardua considerando que muchas veces además,
lo que hay que mejorar depende de la libre voluntad e iniciativa humanas.
No tienen vino...,
y luego: Haced lo que El os
diga. He aquí la oración y el
fundamento de su eficacia: confianza en el Señor, para manifestarle
sencillamente cómo están las cosas; y más confianza,
para llevar a cabo lo que concretamente sabemos que es su voluntad.
Es la Madre de Dios quien nos lo enseña, y los sirvientes nos
demuestran, siendo dóciles, que el poder de Dios actúa
por manos humanas. Aprendamos lo uno y lo otro.
Apoyándonos en el amor de nuestra Madre del
Cielo presentaremos ante Ella confiados nuestras súplicas.
Es nuestra Madre y Madre de Dios. Y es verdadera Madre. Que necesariamente
se desvive por sus hijos pequeños con toda su fuerza: la que
recibe sin cesar de su Hijo Jesucristo.
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