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Las
escenas de la Navidad ponen ante nuestros ojos, entre otras, algunos
hechos en los que se manifiesta la proximidad divina con los hombres;
y que podemos sentirnos, no sólo con derecho a volcarnos con
Dios, sino con el deber gozoso de ofrecerle lo mejor de nosotros mismos.
Para eso se ha hecho un Niño necesitado de sus padres, y también
de los pastores y de los Magos, y de esos presentes que unos y otros
llevarían, y que tan útiles resultaron a la Sagrada
Familia en aquellas circunstancias de gran necesidad que padecieron
en Belén.
La Epifanía
del Señor es su manifestación al mundo, más allá
del concreto y pequeño pueblo de Israel. Consideramos hoy esa
relación que establece Dios con los hombres para manifestarse
al mundo y hacer a todos partícipes de su salvación.
Debemos meditar sobre este hecho en el ámbito de la providencia
divina. En su infinita perfección, Dios prevé también
las causas segundas que colaborarán al cumplimiento de su voluntad.
En este caso, la manifestación de su gloria en la salvación
del mundo. Así se entiende la colaboración de los ángeles,
que fueron los primeros en anunciar al Mesías recién
nacido; la estrella, que no sabemos cómo sirvió
a los Magos de anuncio tan elocuente como los ángeles lo fueron
para los pastores. Unos y otros colaboran, como había que hacerlo
en aquel momento, al desarrollo del Reino de Dios.
Todo lo que sucede,
en relación con la encarnación, nacimiento, vida, muerte
y resurrección de Jesucristo, tiene un carácter salvífico.
Es derroche de Dios con la humanidad. Y, en cuanto reclama nuestra
cooperación libre, ocasión de corredimir, de sacar a
los hombres por Cristo de la indigencia a la que están sometidos
por el pecado: ¿Qué es el hombre?
se pregunta el último concilio ecuménico
¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte,
que, a pesar de tantos progresos hechos, subsisten todavía?
¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro
precio? ¿Qué puede dar el hombre a la sociedad? ¿Qué
puede esperar de ella? ¿Qué hay después de esta
vida temporal?
A la luz de la vida
y muerte de Cristo somos capaces de desentrañar el misterio
de nuestra existencia. Insistimos, con palabras del Santo Padre en
su carta apostólica "Tertio Millennio
adveniente": Toda la vida cristiana es como una gran peregrinación
hacia la casa del Padre, del cual se descubre cada día su amor
incondicionado por toda criatura humana (...). Esta peregrinación
afecta a lo íntimo de la persona, prolongándose después
a la comunidad creyente para alcanzar a la humanidad entera.
Estas ideas deben
alimentar nuestra oración. Deben ser interpelantes para cada
uno. De que tú y yo nos portemos como
Dios quiere no lo olvides dependen muchas cosas grandes,
nos recordaba el beato Josemaría. Porque Nuestro Señor
cuenta con cada uno, habiéndonos anunciado ya, como a los Magos
y a los Pastores, que ha venido como Mesías. Se trata de una
verdad tan sencilla como cierta, que no es menos comprometedora por
ser ya muy conocida. Por otra parte, es fácil reconocer que
no han cambiado realmente las cosas desde entonces, aunque sean distintas
algunas de las circunstancias accidentales. Dios sigue estando frente
a nosotros, y nosotros aquí contemplándole y reconociendo
su voluntad en cada momento y circunstancia de la vida. Los Magos
se complicaron la vida, a partir del día de su salida, y cada
uno de los días siguientes, hasta llegar a Belén. Procuraron
no perder de vista la estrella, que se convirtió no lo
olvidemos en razón de su existencia. Algo así
espera hoy Dios de nosotros.
Los vemos con los
ojos fijos, mirando al cielo, caminando de noche por donde la estrella
quisiera. Así es nuestra vocación, esa llamada bien
concreta a la santidad, que el hombre ha recibido de su Creador y
Señor, de su Padre Dios. ¿Hasta qué punto observo
con serena obsesión como Melchor, Gaspar y Baltasar,
con verdadero interés la estrella de mi vida, y en cada momento,
en cada circunstancia? ¿Es la estrella lo que me mueve, lo
que me orienta? No es lo mismo mover que orientar: por eso los coches
tienen motor y volante. ¿Noto que vivo en un permanente ofrecimiento
de mi conducta, queriendo que mi día agrade a Dios, porque
la estrella me mueve? ¿Ante los imprevistos continuos
reacciono orientándo mi comportamiento según la estrella,
que me guía hacia el amor a Dios en lo concreto?
Santa María,
Estrella del mar, Estrella de oriente, Estrella de la mañana,
ruega por nosotros.
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