La marea negra de la pornografía

La pornografía es uno de esos temas de los que se habla poco, pero influye mucho. En la sociedad occidental solo se considera verdaderamente reprobable la denominada “pornografía infantil”, y, a juzgar por las reacciones que suscita cualquier intento de contener otras modalidades, hay más adicción de la que parece. También la “pornografía de lujo”, que pretende ser aceptada bajo el término de “erotismo”, se abre paso en los medios de comunicación, la publicidad o las modas. Por eso es interesante clarificar términos y deslindar campos, como lo hace el filósofo Jaime Nubiola en este texto, síntesis de una conferencia.

Jaime Nubiola Profesor agregado de Filosofía en la Universidad de Navarra
ACEPRENSA 19/11/2003

 

        En nuestra sociedad hay una notoria contradicción en toda esta materia, pues si bien relega la pornografía a las salas X, a las zonas especiales de los videoclubs o las sex shops sin escaparates, valora por el contrario muy positivamente el erotismo tal como muestran constantemente los medios de comunicación, la publicidad o las modas. Las transparencias y exhibiciones de las modelos en los desfiles de alta costura son un preciso indicador de este ambiente erotizado que multiplican los medios de comunicación. Quizá por ello muchas personas tienden a pensar que el erotismo es un valor cultural que puede llegar a ser un arte exquisito y sofisticado, mientras que la pornografía no sería otra cosa que el erotismo degradado para consumo de los incultos, pobres, o viciosos.

Contra la mujer
        La pornografía es consumida principalmente por varones (1), y las películas pornográficas para varones incluyen elementos y temas sistemáticamente ofensivos y degradantes para las mujeres: las mujeres suelen ser presentadas explícita o de una manera implícita como esclavas sexuales (2). Las afirmaciones que acabo de hacer resultan de una gran importancia para entender la pornografía y dan también razón de que el origen clásico del término “pornografía” sea el de escritura (grafía) relativa a la prostitución (porneia). Para sus consumidores las imágenes pornográficas son un sustituto audiovisual de la prostitución, más higiénico, más económico, e incluso puede que más práctico.

        En la última década viene desarrollándose con singular fuerza el movimiento, originado en Canadá y en auge en Estados Unidos, para la eliminación de la pornografía no por motivos religiosos, sino por la constatación empírica de que las películas pornográficas causan daño a las mujeres, no sólo a las que toman parte en la filmación, sino también a las que son violentadas por los varones excitados por esas películas o que han aprendido en ellas nuevas prestaciones (3).

Heridas en la sensibilidad
        ¿Cómo influye la pornografía en la vida real de sus consumidores? Los estudios científicos disponibles no llegan todavía a un consenso total (4), pero para nuestros propósitos me parece muy certera la expresión de que esas películas pueden herir la sensibilidad del espectador. Más aún, con esa expresión lo que quiere afirmarse es que esas imágenes pueden herir la sensibilidad del espectador hasta el punto que se fijen de modo indeleble en su memoria. No me estoy refiriendo sólo a aquel espectador que tenga una sensibilidad enfermiza, obsesiva o deteriorada, sino en particular a la del espectador sano y normal, y para ello apelo a la experiencia personal de cada uno y al archivo de imágenes repugnantes que almacena muy a su pesar en su memoria.

        El negocio pornográfico es una brutal explotación del impulso sexual de los machos, pero, quizá casi a partes iguales, vive también de la curiosidad natural. Lo extraordinario es llamativo, atrae nuestra atención. Se trata de lo que Laumann ha denominado el “gaper phenomenon”, el fenómeno del asombro que nos deja boquiabiertos: “Hay curiosidad por cosas que son extraordinarias y fuera de lo corriente. Es como pasar en coche junto a un horrible accidente. Nadie querría estar envuelto en él, pero todos reducimos la velocidad para mirar” (5). Esta poderosa tendencia humana en pos de lo novedoso, de emociones nuevas y de “sabores fuertes” explica nuestra atención privilegiada a lo extraordinario, a lo anormal y a lo desviado que cautiva nuestra atención. También ayuda a comprender el fenómeno de la producción cinematográfica que hemos denominado “pornografía de lujo”, en la que la excitación sexual se dosifica “prudentemente” junto con los sentimientos, la aventura o incluso el lirismo.

Un claro rechazo
        ¿Qué se puede hacer para afrontar la “marea negra” de la pornografía?

  • Rechazar sistemáticamente la pornografía en todas sus formas y denunciar su carácter degradante tanto para las mujeres en ella utilizadas como para los consumidores. La pornografía no es tanto la explicitación de la genitalidad, como el establecimiento de unas cadenas de excitación y consumo –de verdadera explotación– entre creadores o productores y audiencia. En este sentido, la pornografía sería una adicción plenamente asimilable a la droga, tanto por el volumen de negocio que mueve, como por la borrosa distinción entre drogas duras y blandas (hard y soft porn), o incluso por la ingenua tolerancia satisfecha que se tiene acerca de ella en muchos países democráticos en nombre de la libertad de expresión.

  • Luchar por la erradicación de la excitación sexual en los medios de comunicación. La influencia más negativa y general de la pornografía o el erotismo es que empobrece la imaginación de varones y de mujeres hasta el punto de llegar a conformar reductivamente las relaciones entre ellos. Como las relaciones entre las personas están mediadas por su imaginación, la sistemática reducción de las relaciones entre mujeres y varones en términos de mutua excitación sexual es una degradación violenta de nuestra humana condición.

  • Exigir una clara identificación de los productos pornográficos como peligrosos y contaminantes de nuestro entorno moral e intelectual para mantenerlos lo más lejos posible, cuando no puedan ser eliminados (6). Como escribiera C.S. Lewis, “cuando los venenos se ponen de moda, no dejan de matar” (7).

  • Empeñarse en educar la imaginación y el corazón de uno mismo y de los demás. Es preciso que nos empeñemos en un proceso de purificación del clima social (8), que pasa no sólo por la eliminación o contención de los productos contaminantes, sino también y sobre todo por la difusión de estilos de vida creativos y solidarios, capaces de hacer más felices a los seres humanos.

 

--------------------------------------------------------------------------------

(1) Un estudio de la Carnegie Mellon sobre pornografía en Internet aportaba los datos de que el “98,9% de los consumidores on-line de pornografía son varones. Y hay algún indicio de que del restante 1,1% muchas son mujeres pagadas para tomar parte en las chat rooms y en los boletines para que los clientes se sientan más a gusto”. P. Elmer-Dewitt, “On a Screen Near You: Cyberporn”, Time, 3 julio 1995, 38.

(2) Cf. G. Cowan y K.F. Dunn, “What Themes in Pornography Lead to Perceptions of the Degradation of Women?”, Journal of Sex Research, 31 (1994), 11-21; D. Linz y N. Malamuth, Pornography, Sage, Newbury Park, CA, 1993, 4.

(3) M. Serrill, “Smut that Harms Women”, Time, 9 marzo 1992, 48; K. Mahoney, “Por una sociedad más limpia”, Nuestro Tiempo, diciembre 1992, 86-91; C. MacKinnon, Only Words, Harvard University Press, 1994; M. Le Doeuff, El estudio y la rueca. De las mujeres, de la filosofía, etc., Cátedra, Madrid, 1993.

(4) D. Zillmann, “Effects of Prolonged Consumption of Pornography”, en D. Zillmann y J. Bryant (eds.), Pornography: Research Advances and Policy Considerations, Lawrence Erlbaum, Hillsdale, NJ, 1989, 127-157; D. Zillmann, “Influence of Unrestrained Access to Erotica on Adolescents’ and Young Adults’ Dispositions toward Sexuality”, Journal of Adolescent Health 27 Sup. (2000) 41-44 y R.J. Harris, “El impacto de los media explícitamente sexuales”, en D. Zillmann y J. Bryant (eds.), Los efectos de los medios de comunicación. Investigaciones y teorías, Paidós, Barcelona, 1996, 329-364; véase también D. Linz y N. Malamuth, Pornography, 16-28 y el reciente estudio de C. Rogala y T. Tydén, “Does Pornography Influence Young Women’s Sexual Behavior?”, Women’s Health Issues 13 (2003), 39-43, que da noticia de bibliografía relevante.

(5) E. Laumann, Sex in America, 1994; P. Elmer-Dewitt, “On a Screen Near You: Cyberporn”, 40.

(6) Cf. R. Shattuck, Conocimiento prohibido, 359.

(7) C.S. Lewis, A Preface to “Paradise Lost”, cap IV; cf. R. Shattuck, Conocimiento prohibido, 347.

(8) Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2525.