Entrevista con el secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

La relación entre hombre y mujer, según el último documento de la Santa Sede

Las diferencias entre el hombre y la mujer no son motivo de rivalidad ni pueden ser eliminadas; fundamentan una relación de colaboración en la misma dignidad, afirma un documento de la Santa Sede.
Es la propuesta central de la «Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la colaboración entre el hombre y la mujer en la Iglesia y el mundo», publicada el pasado 31 de julio por la Congregación para la Doctrina de la Fe.
En esta entrevista concedida a «Radio Vaticano», el arzobispo Angelo Amato, SDB, secretario de ese organismo vaticano, explica los motivos por los que la Santa Sede ha publicado el documento.

CIUDAD DEL VATICANO, martes, 17 agosto 2004 (ZENIT.org)

Después de «Mulieris dignitatem» (15 de agosto de 1988) y de la «Carta a las mujeres» (29 de junio de 1995) de Juan Pablo II, ¿qué hay de nuevo sobre la mujer en esta intervención de la Congregación para la Doctrina de la Fe?

        La novedad está en la respuesta a dos tendencias bien marcadas de la cultura contemporánea. La primera tendencia subraya fuertemente la condición de subordinación de la mujer, que para ser ella misma debería presentarse como antagonista del hombre. Se plantea, por tanto, una rivalidad radical entre los sexos, según la cual, la identidad y el papel de una parte constituye una desventaja para la otra.

        Para evitar esta contraposición, una segunda corriente tiende a eliminar las diferencias entre los dos sexos. La diferencia corporal, llamada «sexo», es minimizada y considerada como un simple efecto de condicionamientos socio-culturales. Se subraya al máximo, por tanto, la dimensión estrictamente cultural, llamada «género».

        De aquí nace la contestación del carácter natural de la familia, compuesta por el padre y la madre, la equiparación de la homosexualidad con la heterosexualidad, la propuesta de una sexualidad multiforme.

¿Cuál es el origen de esta última tendencia?

        Esta perspectiva nace del presupuesto, según el cual, la naturaleza humana no tendría en sí misma características que la determinan de manera absoluta como hombre o mujer. Por este motivo, toda persona, libre de toda predeterminación biológica, podría moldearse según le plazca.

        Ante estas concepciones erróneas, la Iglesia confirma algunos aspectos esenciales de la antropología cristiana fundados en la revelación de la Sagrada Escritura.

¿Y qué dice la Biblia sobre esto?

        La parte más amplia del documento se dedica precisamente a ofrecer una meditación sapiencial de los textos bíblicos sobre la creación del hombre y la mujer. El primer texto de Juan 1, 1-2, 4, describe la potencia creadora de Dios que realiza las distinciones en el caos primigenio (luz, tinieblas, mar, tierra, plantas, animales), creando por último al ser humano «a imagen suya, a imagen de Dios le creó, hombre y mujer los creó» (Génesis 1, 27).

        También la segunda narración de la creación, Génesis 2, 4-25, confirma la importancia esencial de la diferencia sexual. Al primer hombre, Adán, Dios le pone a su lado a la mujer, creada de su misma carne y envuelta en el mismo misterio.

¿Qué quiere decir esto?

        El texto bíblico ofrece importantes indicaciones.

        El ser humano es una persona, en la misma medida el hombre y la mujer. Se encuentran en una relación recíproca.

        En segundo lugar, el cuerpo humano, marcado por el sello de la masculinidad y de la feminidad, está llamado a existir en la comunión y en el don recíproco. Por este motivo, el matrimonio es la primera y fundamental dimensión de esta vocación.

        En tercer lugar, si bien trastocadas y obscurecidas por el pecado, estas disposiciones originarias del Creador nunca podrán ser anuladas.

        La antropología bíblica sugiere, por tanto, que hay que afrontar con una actitud de relación y no de competencia los problemas que a nivel público o privado afectan a las diferencias de sexo (n. 8).

El documento, ¿ofrece otras indicaciones?

        La carta hace también consideraciones teológicas sobre la dimensión esponsalicia de la salvación. En el Antiguo Testamento, por ejemplo, se configura una historia de salvación que pone en juego la participación de lo masculino y lo femenino, a través de las metáforas de esposo-esposa y de alianza. Se trata de un vocabulario nupcial que orienta al lector tanto hacia la figura masculina del Siervo que sufre, como a la figura femenina de Sión (Cf. n. 9).

        En el Nuevo Testamento estas representaciones encuentran su cumplimiento: por una parte, en María, elegida hija de Sión, que recapitula la condición de Israel-esposa en espera del día de la salvación; por otra parte, en Jesús, que recapitula en su persona el amor de Dios por su pueblo, como el amor de un esposo por la esposa.

        San Pablo desarrolla este sentido nupcial de la redención, concibiendo la vida cristiana como un misterio nupcial entre Cristo y la Iglesia, su esposa. Integrados en este misterio de gracia, los esposos cristianos, a pesar del pecado y de sus consecuencias, pueden vivir su unión en el amor y en la recíproca fidelidad.

        La consecuencia es que el hombre y la mujer ya no experimentan su diferencia en términos de rivalidad o de oposición, sino en términos de armonía y colaboración.

¿Cuál es la aportación de la mujer a la vida de la sociedad?

        La mujer, a diferencia del hombre, tiene su propio carisma, llamado «capacidad de acogida del otro» (n. 13). Se trata de una intuición, ligada a su facultad física para dar la vida, que la orienta al crecimiento y a la protección del otro. El «genio de la mujer» le permite lograr pronto la madurez, el sentido de responsabilidad, la resistencia en las adversidades. Este bagaje de virtudes lleva a las mujeres a estar activamente presentes en la familia y en la sociedad con la propuesta de soluciones, en ocasiones innovadoras, a los problemas económicos y sociales.

¿Cómo se concilia en la mujer el trabajo con su papel en la familia?

        Se trata de un problema importante. La sociedad debería evaluar adecuadamente el trabajo ejercido por la mujer en la familia y en la educación de los hijos, reconociendo su valor tanto a nivel social como económico.

¿Cómo se articula hoy la contribución de la mujer a la vida de la Iglesia?

        En la Iglesia, el papel de la mujer es particularmente central y fecundo. Desde el inicio, la Iglesia se ha considerado como una comunidad ligada a Cristo por una relación de amor. En esto, la Iglesia, esposa de Cristo, ha siempre visto en María a su madre y a su modelo. De ella aprende algunos comportamientos fundamentales, como la acogida en la fe de la palabra de Dios y el conocimiento profundo de la intimidad con Jesús y de su amor misericordioso.

        La referencia a María, con sus disposiciones de escucha, de acogida, de humildad, de fidelidad, de alabanza y de espera, pone a la Iglesia en continuidad con la historia espiritual de Israel. Estas actitudes son comunes a todo bautizado. De hecho, sin embargo, es propio de las mujeres vivirlas con particular intensidad y naturalidad.

        De este modo, la mujer tiene en la Iglesia un papel de máxima importancia, convirtiéndose en testigo y modelo para todos los cristianos de la manera en que la esposa tiene que corresponder al amor del Esposo (n. 16). De este modo, contribuye de manera única a manifestar el rostro de la Iglesia como madre de los creyentes.

¿Cuál es la conclusión?

        En realidad se pueden sacar dos conclusiones: redescubrimiento y conversión: redescubrimiento de la dignidad común del hombre y de la mujer, en el recíproco reconocimiento y en la colaboración; conversión por parte del hombre y de la mujer a su propia identidad originaria, «imagen de Dios», cada uno según la gracia que ha recibido.