Elevación y caída del ángel y el hombre




Julio de la Vega-Hazas Ramírez

Un dolorosa noticia que complica

La vida misma:

        Los padres de Fernando eran muy distintos. Su madre era una mujer que se preocupaba por cualquier cosa y se agobiaba con facilidad. Su padre era un hombre muy seguro de sí mismo. Si su madre siempre insistía en que tuviera cuidado con esto y aquello, su padre le decía frecuentemente que podría llegar a donde quisiera llegar en la vida, y que sólo dependía de él. Fernando, que era el hijo mayor, en carácter había salido a su padre. Era muy voluntarioso, con pundonor y ambición. Sacaba las mejores notas en todas las asignaturas, y, aunque exteriormente apenas se notara, reaccionaba con cierta rabia ante un fallo o una nota algo inferior, que le hacía redoblar sus esfuerzos. Fernando quería a los dos, pero su admiración se dirigía sólo a su padre.

        Un día llegó una fatal noticia: el padre de Fernando había fallecido en accidente de tráfico. A un camión le falló el sistema de frenos y no pudo evitar arrollar al turismo donde viajaba el padre de Fernando. Al dolor por la pérdida se sumaba en Fernando un sentimiento de impotencia, que quedó algo solapado por la necesidad urgente de consolar a su madre. Ésta, cuando veía a Fernando, no hacía más que decir:

        —"¡Ay, hijo! ¿Y qué será ahora de nosotros?"

        —"No te preocupes, mamá, saldremos adelante", era la contestación de Fernando a su madre, pero también se lo decía a sí mismo, pensando que tenía que ocupar el puesto que dejaba su padre. Pasaban los días, y esta situación no cambiaba.

        Una tarde –Fernando sólo tenía clase por la mañana–, su madre se dispuso a salir y Fernando se ofreció a acompañarla. Su madre se mostró encantada, pero no le dijo a dónde iban. Salieron los dos, y llegaron a una casa; les abrió una recepcionista, que les dirigió a una sala de espera. Había allí un par de señoras, con cara de preocupación.

        —"¿No será esto la consulta de un psiquiatra?", preguntó Fernando en voz baja con cierto tono de alarma.

        —"No, no. Ya verás, pero tú no digas nada". Al fin les llegó el turno y pasaron a otra habitación.

Experiencia imprevista

        Resultó ser la consulta de una pitonisa. No tenía tanta cosa exótica en la habitación ni iba vestida como hubiera podido imaginar Fernando, aunque sí había alguna cosa que indicaba qué era aquello; y, eso sí, no faltaba una mesa amplia con faldón de terciopelo ni un ambiente de penumbra. La madre de Fernando tenía preocupación por el futuro, y aquella señora –era más bien mayor– la tranquilizó, y predijo alguna contrariedad, que sería superada. Fernando no se acordó después muy bien de esto, porque lo que se le quedó grabado fue lo que dijo de él mismo, aunque dirigiéndose a su madre.

        —"Tiene usted un hijo mayor muy listo –empezó diciendo–. Es brillante en sus estudios, tiene carácter y sabe lo que quiere. Está intentando darle ánimos, y puede usted confiar en él. Pero cree que lo sabe todo, y no es verdad: ni siquiera se conoce bien a sí mismo, y tiene mucho que aprender. Tiene un exceso de confianza en sí mismo. Pero debe aprender por sí solo y no fiarse de nadie, porque en caso contrario le engañarán, y caerá en un vicio muy serio, y se desesperará y arruinará su vida".

Comienza la complicación

        Fernando no podía articular palabra de lo aterrado que estaba, y tampoco fue capaz de decir palabra alguna a la salida.

        "Si mi madre no le había hablado de mí, ¿de qué me conocía? ¿Quién le ha contado nada de mí?", eran preguntas que Fernando se hacía continuamente. Empezó a tener alguna pesadilla, y le costaba dormir. En esos momentos de vigilia, empezaba a verse de modo distinto a como se veía anteriormente. Se le hacían patentes defectos que antes no percibía. Se veía a sí mismo egoísta, orgulloso y altanero, y además imbécil por no darse cuenta antes. Se veía hipócrita, por pensar que presentaba una fachada inmaculada, pero por dentro no era así, "había de todo" pero él no había querido verlo y miraba hacia otra parte. Empezó a estar más nervioso y poco concentrado. Tuvo exámenes y, para sorpresa de todo el mundo, las calificaciones bajaron. Se sentía desanimado, y empezó a abrirse paso la idea de "para qué esforzarse en dar una apariencia de virtud" si no correspondía a la realidad.

        A pesar de todo, la bajada en las notas provocó una reacción. Para Fernando, el que existiera el demonio había sido poco más que un asunto de curiosidad. Pero empezó a pensar en ello más seriamente: "¿y quién, si no?", se preguntaba. Recordó que de pequeño le habían enseñado a dirigirse al Ángel de la Guarda, pero con el tiempo había abandonado eso, como si fuera una historieta más útil para niños pequeños. Todavía tenía grabado aquel "no fiarse de nadie", pero comenzó a razonar diciéndose que si existía uno por qué no iba a existir el otro, y, tímidamente, empezó a pedir ayuda a su Custodio.

Conversación con el amigo

        Al poco tiempo le vino a la cabeza que no se podía vivir sin confiar en nadie, y que tenía amigos que muchas veces habían confiado en él preguntando sus dudas, académicas sobre todo, pero en algún caso también más vitales. Así cuando Pedro, un buen amigo, le dijo día a la salida de clase que le notaba raro, Fernando se decidió a preguntarle:

        —¿Te parece que tengo muchos defectos?

        —¿Defectos?, bueno, pues... los normales.

        —¿Los normales? ¿y no soy insoportable como amigo?

        —Ves como estás raro. ¿Se puede saber qué te pasa? Has sacado unas notas nefastas y llevas unos días "más ido" que yo qué se...

        —Tienes razón, Pedro. Ahora no tengo tiempo para contarte, pero mañana podemos quedar a estudiar en tu casa y te cuento.

        Al día siguiente, Fernando se presentó en casa de Pedro, y antes de ponerse a estudiar, Pedro le espetó:

        —Venga cuenta, que estoy intrigado.

        Fernando le contó lo de la pitonisa, aunque como si la iniciativa hubiera sido suya, sin nombrar a su madre. Y a grandes rasgos añadió lo que había pensado después. Pedro le habló de que todos tenemos nuestras virtudes y defectos; que pensaba que lo que le pasaba se debía a que estaba empeñado en contar sólo con sus propias fuerzas.

        —"Mira –prosiguió–, te puede parecer un tópico, pero la verdad es que o te apoyas en Dios o te acabas hundiendo..."

        —"Sí, pero es que tú todo lo arreglas rezando".

        —"No, todo no. O por lo menos, no sólo rezando, pero... Oye, ¿por qué no te lees lo del hijo pródigo y meditas un poco, y te animas a confesarte? Ya verás como tampoco es para tanto. Y bueno, ahora que te has quedado sin padre podrías pensar que tienes uno en el Cielo... Bueno, no sé si te molesta lo que te digo...".

        —"No, no, tranquilo".

Las cosas en su sitio del nuevo

        —"Bien, pues eso. ¡Ah, y otra cosa!".

        —"¿Qué?"

        —"Nada, que a ver si me explicas un par de problemitas de redes...". Fernando se apresuró a decir que sí, entendiendo que Pedro no necesitaba sus explicaciones, que era una muestra de confianza.

        Al cabo de unos días, Fernando y Pedro volvían juntos de clase.

        —"Oye, que sí, que ha dado resultado", dijo Fernando.

        —"¿Y ya estás más tranquilo?"

        —"Sí, aunque todavía me dura el susto...".

        —"¿Por?"

        —"Estuvo a punto de engañarme".

        —"¿De quién estás hablando?"

        —"Ya sabes tú de quién: ése".

        —"¿Ése? ¡Ah, bah! Que le den dos duros. Ha perdido".

Preguntas que se formulan:

        — ¿Cómo debe un cristiano encarar el porvenir? ¿Cuida Dios de las personas? ¿Aunque sean pecadoras? ¿Qué significa la providencia divina? ¿A qué se extiende? ¿Hace mal la madre de Fernando en acudir a la pitonisa? ¿Por qué? ¿Es grave esa conducta? ¿Se sirve la providencia divina, en el caso estudiado, de alguna criatura?

        — ¿Cómo sabemos que existen ángeles y demonios? ¿Se puede apreciar de alguna manera su actuación en el caso estudiado? ¿Cómo actúan en la vida de los hombres? ¿Por qué lo hacen? ¿Qué significa que el demonio es un ángel caído? ¿Qué tipo de caída fue ésa? ¿Por qué fueron los ángeles sometidos a una prueba? ¿Cuál es el poder del demonio?

        — ¿Ves alguna semejanza entre la tentación de Adán y Eva, y lo que la pitonisa dice de Fernando? ¿Cuáles? ¿A qué tipo de pecado conducen? ¿Es grave? ¿Cómo se mezclan en esas tentaciones verdad y mentira?

        — ¿Qué consecuencias del pecado original se hacen patentes en este caso? ¿Cómo eran esos aspectos antes de la caída? ¿Por qué se transmiten esas consecuencias a todos los hombres?

        — ¿Fue el castigo por el pecado original inmisericorde? ¿Por qué? ¿Es razonable, al menos en algún caso, la desesperanza por el estado en que quedó el hombre? ¿Por qué?

        — ¿Es cierto que sin apoyarse en Dios no puede llevarse una vida íntegra? ¿No hay alguna excepción? ¿Por qué? ¿Qué es lo que da Dios a los hombres para que puedan vencer en la lucha contra el mal? ¿Tiene algo que ver la gracia con la condición de hijo de Dios? ¿Tenían también gracia divina Adán y Eva antes de la caída? ¿Por qué se dice que es sobrenatural? ¿Para qué se la concedió Dios?

        Vid. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 302-314, 328-336, 374-379, 385-412, 1852, 2115-2117.

        Conviene utilizar también los capítulos 2 y 3 del Génesis.

En cualquier caso: mal

Así es la vida:

        Aparecen en esta narración varios personajes. Algunos se ven, pero otros no se ven, aunque dejan sentir su presencia suficientemente como para confirmar que son tan reales como los que pueden verse.

        De estos últimos, el primero en aparecer es el diablo. El caso no pretende tratar de la moralidad de acudir a este tipo de consultas, pero ya que este asunto no aparece en ningún otro caso, se puede aclarar aquí. Es gravemente inmoral. La razón principal es porque, si de verdad hay alguien detrás, sólo puede ser el demonio. Como Fernando mismo dice, ¿quién si no? No es infrecuente que este tipo de montajes sean un engaño, un tongo, pero otras veces –como ésta– lo que allí se oye sólo puede provenir de alguien muy bien informado. ¿Y quién si no? Porque está claro que ni Dios ni los que están con Él se prestan a este tipo de juegos. Es verdad que en el Antiguo Testamento aparece alguna ocasión en la que sí se prestan, pero reprochando a quien utiliza esos medios. Tras Jesucristo queda muy claro que es Él –y quienes participan de su sacerdocio– el único mediador entre Dios y los hombres, y no lo puede ser por tanto... "Madame X".

        Podría también suceder que se buscase conocer el futuro pensando que detrás hay, no un "alguien", sino un "algo": fuerzas que dominan nuestro destino. Es, por ejemplo, lo que pasa con la astrología. Pero sigue siendo inmoral, porque, más o menos conscientemente, lo que sustituyen estas pretendidas fuerzas ciegas es nada menos que la providencia divina. Y, ante el futuro, la actitud correcta es la confianza en esa providencia, en Dios mismo, que es nuestro Padre y se ocupa con solicitud por cada uno de sus hijos (cfr. C.Ig.C., 303).. No es casualidad que proliferen esas pretendidas "ciencias ocultas del destino" en momentos en los que se descuidan la fe y la piedad; ni lo es tampoco que en los ambientes más materialistas abunde más el miedo al futuro y la obsesión por la seguridad.

Siempre es más de lo mismo

        La realidad es que Dios tiene planes maravillosos y se ocupa con solicitud concreta e inmediata por cada uno de sus hijos, y si esos planes se truncan es porque los estropeamos los hombres. Todo ello sin perjuicio de que la sabiduría divina saque bienes mayores de esos estropicios. La felicidad original era una realidad –el paraíso, con sus dones naturales, preternaturales y sobrenaturales–, como también lo fue la tentación original del diablo. Y una de las razones de exponer aquí un caso como éste es que hay bastantes semejanzas entre la tentación de Eva y la que aquí padece Fernando. El "padre de la mentira" (cfr. Jn. 8, 44) conoce su oficio, y sabe que las mentiras más creíbles son las que mezclan hábilmente verdad y mentira. El objetivo de ambas tentaciones es el mismo: alejar de la confianza en Dios, y valerse sólo de uno mismo, rechazando la ayuda divina y, con ella, el sometimiento a Dios. Fue más radical la de Adán y Eva: les invitaba –comiendo del prohibido árbol "de la ciencia del bien y del mal"– a determinar por sí mismos qué estaba bien y qué mal, sustituyendo así a Dios: "seréis como Dios" (Gen. 3, 5). En el caso de Fernando, no se presenta este aspecto explícitamente, pero sí va implícito en ese "hacerlo todo por sí mismo, sin fiarse de nadie". El relato de Gen. 3 muestra también que, como en este caso, el apoyo para la tentación es el amor propio, que el demonio se encarga de azuzar.

        También hay un paralelismo en el resultado: "se les abrieron los ojos a ambos" (Gen. 3, 7). Aquí se pone de manifiesto cuál es el plan del diablo y su objetivo habitual: la desesperación. Primero intenta cegar para el mal, luego lo presenta crudamente –si puede, exagerándolo–, intentando hacer creer que no tiene solución. Puede comprobarse asimismo examinando en el Evangelio la tentación y final de Judas, de quien se dice explícitamente que actuó movido por Satanás.

La Providencia divina

        La situación de Fernando parecía un callejón sin salida, porque salir de esa situación parecía superar sus fuerzas. Pero había alguien más. La actuación del ángel también se hace notar. Y, aunque sea más suave, es más poderosa. No por nada es un vencedor, mientras que el demonio es un vencido. Uno pasó su prueba, el otro no. Y es que Dios, por querer nuestro bien completo, nos quiere vencedores, y por eso corre el riesgo de nuestra libertad. No sólo quiere así a los espíritus puros –los ángeles–, sino también a nosotros. Por eso consta en el caso que las decisiones son de Fernando, y que el poder de ángeles y demonios no va más allá de sugerir –con más suavidad, aunque no menos eficacia, en el caso del ángel, pues éste, a diferencia de su oponente, no quiere violentar–.

        "Puede parecer un tópico, pero la verdad es que o te apoyas en Dios o te acabas hundiendo". Es la verdad. Y no lo es sólo para obtener la gracia y alcanzar nuestra meta sobrenatural. Lo es también para cumplir con nuestros deberes naturales, con la ley natural. El fundamento es que, desde el pecado original, el hombre –todos los hombres, por la unidad del género humano– es un ser "caído". Y, aunque haya sido redimido y elevado al orden sobrenatural por Jesucristo, permanecen en él las secuelas del pecado original. Nos guste o no –lo normal es que no–, nuestra naturaleza es una naturaleza dañada (que no es lo mismo que corrompida, como sostenía Lutero). Por eso, toda visión del ser humano según la cual éste puede llegar a la perfección con sus solas fuerzas o en el que baste con cambiar las circunstancias para que se comporte siempre bien –son las teorías "naturalistas"–, es mentira. Era lo que, quizás bastante inconscientemente, pretendía Fernando, hasta que... tuvo que doblegar su orgullo y pedir ayuda, y entonces empezó a comprender. Con la actitud que tenía en un principio, aunque todo parecía salirle bien, tarde o temprano acabaría teniendo una crisis, y encontrándose con su propia miseria. Con el agravante de que el orgullo acumulado le haría –así fue– asustarse ante sí mismo: las mejores condiciones para caer en la desesperanza. Por fortuna, no le faltó la ayuda de Dios, del Ángel de la Guarda... y de un buen amigo. Con todo esto, y un poco de buena voluntad por su parte, pudo vencer, y venció.