La escasez de población joven amenaza el crecimiento económico y las pensiones.
Gobiernos europeos asumen la necesidad de incentivar la natalidad
Los gobiernos europeos han comenzado a hablar, sin sonrojarse, de la necesidad de incentivar la natalidad. La generación del "baby boom" se jubila y el siguiente reemplazo es mucho más escaso. Esto tiene ya efectos económicos innegables, sobre todo en las pensiones.
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Zygmunt Bauman

 

Peligra el Estado del Bienestar

        "Quien no tenga suficientes hijos morirá más pobre que una madrecita rusa y tan solitario como los presos en Guantánamo". El "Süddeutsche Zeitung" (15-05-2006) se toma la cosa medio en broma medio en serio. Es la concesión a la vieja galería de un diario que se define como "liberal de izquierdas", después de reconocer que "Alemania se muere" por la falta de niños. Y que, no sin razón, "los libros sobre demografía –la mayoría ‘reaccionarios’– ocupan en las librerías el espacio reservado antes a la literatura feminista".

        Europa ha dicho "basta" y ha admitido el fomento de la natalidad entre los objetivos políticos abiertamente declarados. El Libro Verde de la Comisión Europea sobre el envejecimiento demográfico afirma, categórico, que "nunca en la historia ha habido crecimiento económico sin crecimiento de la población".

        Las oscuras profecías maltusianas se han invertido. Es imposible predecir, a largo plazo, cómo incidirán las innovaciones tecnológicas en la productividad. Pero lo que ya nadie niega es que, en las próximas décadas, "las transformaciones demográficas pondrán a prueba la financiación del Estado del Bienestar tal y como lo conocemos actualmente y exigirán una redefinición del papel de la protección social en términos de prestaciones sociales y oferta de servicios". La cita proviene de un documento de trabajo para la Universidad de Verano de los dirigentes sindicales europeos, celebrada el pasado año en Florencia.

Los países están sensibles

        Otra corriente de pensamiento no duda, en cambio, en señalar la crisis de valores –para otros rasgos de "progreso"– como detonante de la disminución radical de las tasas de natalidad. El norteamericano George Weigel defiende, en su libro "Política sin Dios", que el secularismo estrecha tan drásticamente los horizontes y expectativas de las personas sobre sí mismas y sobre el porvenir que no son siquiera capaces de crear futuro en el sentido más elemental: el biológico.

        La ministra alemana de la Familia se ha sumado a esta tesis, y ha impulsado, en el seno de la Gran Coalición, una nueva política familiar que pone el acento en la implicación de los padres en el cuidado de los hijos y que quiere promover una "educación en valores", en alianza con católicos y evangélicos.

        Las propuestas de Ursula von der Leyen han llegado varios años después de que apenas nadie en Alemania se atreva a negar el problema de la caída de la natalidad. Otros países comienzan en cambio ahora a vislumbrar el peligro que se avecina.

        Rusia y Portugal han sido los últimos países en dar la voz de alarma. El presidente Putin dedicó la mayor parte de su reciente discurso sobre el estado de la nación a la demografía: la población rusa disminuye cada año en casi 700.000 habitantes, lo que, según el presidente, genera una situación "crítica". En Portugal, el socialista José Sócrates acaba de anunciar al Parlamento que, sin una reforma en profundidad, el sistema de pensiones entrará en quiebra en 2015. Sencillamente, no habrá suficientes jóvenes para mantener a los pensionistas, por lo que el primer ministro luso reconoce la necesidad de incentivar la natalidad. Pero esto es ya prevención de males mayores en un futuro lejano. Con carácter inmediato, Sócrates considera necesario aumentar las contribuciones a la Seguridad Social y retrasar la edad de jubilación, en línea con las recomendaciones de la OCDE.