Declaraciones de la doctora Claudia Navarini.
Especialista en bioética desenmascara los subterfugios para justificar la eugenesia
Términos como «eugenesia positiva», «eugenesia buena» o «eugenesia inocente» pretenden justificar éticamente la injustificable práctica de la eugenesia, alerta una especialista en bioética, la doctora Claudia Navarini.
«Tras encendidas reacciones de indignación frente a la acusación de querer volver a practicar la eugenesia, los partidarios de la selección genética pre-implantatoria parecen cambiar de dirección --explica la profesora de la Faculta de Bioética del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum en Roma--. Se presentan de hecho nuevas expresiones lingüísticas que tienen el objetivo preciso de reconciliarse con la incómoda práctica
ROMA, miércoles, 6 octubre 2004 (ZENIT.org)
Seres vivos "cribados" con criterios previos

        Así, el «diagnóstico pre-implantatorio» o «el examen de ADN» «suenan bastante inocuos a los oídos del gran público», y términos como «pre-zigoto» o «pre-embrión» «confunden la percepción común sobre el valor de la vida prenatal», alerta.

        «Pero ahora son sobre todo las locuciones “eugenesia positiva”, “eugenesia buena” o “eugenesia inocente” las que se atreven a ir más lejos, insinuando la existencia de una diferencia ética entre distintos tipos de eugenesia», denuncia.

        Cita la experta una advertencia reciente sobre los peligros de tal distinción contenida el libro «La vida en venta. Biología, medicina, bioética y poder del mercado», en el que, dialogando con el filósofo Charles Godin, el genetista Jacques Testart observa que «nos encaminamos hacia una verdadera posibilidad de elección del hijo por venir, gracias a la genética diagnóstica».

        «En consecuencia, la selección de embriones es una eugenesia positiva sobre la pareja de progenitores y negativa sobre la casi totalidad de sus embriones», prosigue la profesora.

        Para la doctora Navarini, se trata de un «eugenismo enmascarado de espíritu democrático» «que pretende mantener las distancias del totalitario “ligado para siempre al nazismo”», pero que «“llega a considerar el embrión (por caridad) como material médico que se puede cribar para ofrecer un producto-hijo lo más ‘perfecto posible’ ”» (Cf. N. Tiliacos, Nasce l’eugenetica innocente, «Il Foglio», 21 septiembre 2004, p. 1).

Si no satisface sería una cosa

        Igualmente es un «eugenismo en el que se confunde el deseo del hijo con el derecho al hijo sano --añade--, cultivando contemporáneamente la titánica ilusión de poder eliminar todo dolor y sufrimiento del hombre».

        Pero también --apunta-- es «un eugenismo que se intenta hacer que parezca normal, habitual, casi por descontado», como cuando se afirma que «ya casi todas las mujeres se someten a amniocentesis» o que «la investigación en las células estaminales se hace ya importando embriones de países que no permiten su congelación».

        Para la doctora Navarini en la eugenesia la clave está en la mala comprensión del valor de la vida humana, desde el momento «del inquietante intento de hacer coincidir los límites de lo humano con los mucho más restringidos de lo biológico, promoviendo una “utopía sanitaria” que produce aberrantes discriminaciones entre los seres humanos».

        «En otras palabras, con la selección genética pre-implantación el inicio de la vida se transforma de misterio --que hay que acoger y aceptar-- a sencilla “hipótesis” o “proyecto” que hay que verificar y, sólo si satisface, realizar», explica.

        Entonces, «como un producto, la vida humana en estadio embrional es despojada de su dignidad personal para hundirse en el reino de las cosas que se pueden elegir y manipular».

El fin no justifica los malos medios

        Con todo, «las causas continuamente adoptadas parecen nobles –denuncia la especialista–: impedir la propagación de enfermedades como la fibrosis quística, tratar la talasemia, salvar millones de vidas utilizando los embriones “descartados” para la investigación del Alzheimer o del Parkinson».

        Sin embargo, subraya que aquí es imprescindible preguntarse: «¿El sacrificio de minúsculas vidas humanas inocentes, llamadas forzadamente a la existencia para después ser no menos forzadamente eliminadas podrá ser jamás “el justo precio que hay que pagar” para obtener tales beneficios?».

        «El sentido ético común aborrece la eventualidad de una supresión selectiva de las personas sobre base genética o sanitaria –alerta la doctora Navarini--, recordando no sólo cuanto ocurrió en la Alemania nacional-socialista y, si bien menos debatido, en el ex imperio soviético, sino cuanto sucedió “democráticamente” en el norte de Europa hasta los años setenta o sucede incluso hoy “humanitariamente” –a menudo con fondos de la ONU-- en China y en los países en vías de desarrollo».

        «Si la selección de los embriones parece menos aberrante, en cambio, es porque no existe una justa y coherente concepción de su dignidad humana», aclara.

¿La ciencia contra sí misma?

        Decir hoy que «el embrión no es uno de nosotros» --«tanto menos el pre-embrión, o el pre-zigoto»-- «equivale a deshacerse, en nombre del progreso científico, de cuanto la ciencia ha avanzado demostrando desde hace años la imposibilidad de identificar un momento en el desarrollo embrional en que el ser en formación no sea una vida humana», subraya la profesora Navarini.

        En este punto, considera necesario dar un paso adelante «superando los límites de la ciencia y entrando en la jurisdicción de la investigación filosófica, que puede autorizadamente responder a la cuestión de si una vida humana puede ser distinta de la vida personal».

        De hecho --explica-- «lo que por esencia distingue a un ser humano de cualquier otro ser es su dignidad propia»: «algo que subsiste por debajo de todos los aspectos observables del hombre y que tiene que ver con la unión indisoluble de elemento material (cuerpo) y elemento espiritual (alma) de la que ya hablaba Aristóteles».

Son iguales y por tanto ...

        De ahí que el Catecismo de la Iglesia católica precise que el cuerpo del hombre «es precisamente cuerpo humano porque está animado por el alma espiritual» (Cf. n. 364), cita.

        «Si la ciencia, por lo tanto, ha verificado que el zigoto y el embrión son cuerpos humanos, y el cuerpo humano es tal porque está animado por un espíritu de naturaleza racional, el zigoto y el embrión son, igual que nosotros, espíritus encarnados, esto es, personas», razona.

        Entonces «ninguna característica adquirida en el curso de la vida y ninguna condición contingente del individuo pueden identificar la aparición de la dimensión personal humana», recalca.

        Para la doctora Navarini, «la conclusión, tal vez empíricamente poco intuitiva, pero lógicamente indisputable y filosóficamente necesaria, es que el zigoto y el embrión tienen los mismos derechos que los demás hombres», así que «no pueden ser seleccionados y matados» por ningún «objetivo», «justa causa», afecciones «hereditarias» o «defectos genéticos».