Una puerta abierta al final de la vida
La crisis abierta en el Severo Ochoa ha puesto de relieve la necesidad de crear más unidades de cuidados paliativos para atender a enfermos terminales. En el Gregorio Marañón hay una y sus pacientes, oncológicos, encuentran en la sedación el alivio a su dolor.
ABC, 19 de abril de 2005
 


Todavía en los primeros pasos

        En la quinta planta, la última del edificio de oncología del Gregorio Marañón, decenas de pacientes son atendidos cada día en la unidad de cuidados paliativos del centro hospitalario. En total, 27 camas, repartidas en 17 habitaciones y dispuestas en un recinto con bastante luz.

        Las paredes, pintadas de color salmón desvaído, invitan a la calma, y los cuadros de las paredes, elegidos por las propias enfermeras del servicio, adornan el entorno y rompen con la estética del blanco aséptico hospitalario.

        Todo se cuida en esta unidad, que marca la diferencia dentro del maremagnum sanitario madrileño. El motivo es sencillo. Más de la mitad de sus pacientes podría fallecer a la postre en estas instalaciones, preparadas para atender a enfermos oncológicos en estado terminal.

        La crisis en el hospital Severo Ochoa y las supuestas sedaciones irregulares a este tipo de pacientes cometidas en las Urgencias de ese centro han hecho mella y han puesto en evidencia la escasa presencia de unidades de cuidados paliativos en la Comunidad, pensadas para atender a quienes se acercan al final de la vida.

Los fármacos «Estamos a la cola»

        Entre los que reclaman más servicios de este tipo está Manuel Conti Jiménez, médico internista, especialista en paliativos y jefe funcional de esta unidad en el Hospital Gregorio Marañón. «Por mucho que digan, –insiste– la única unidad que existe como tal en la región es ésta. En el Doce de Octubre también hay especialistas, pero no hay un servicio concreto y el hospital de Leganés tampoco la tiene. Nuestra unidad fue pionera en España y ahora la Comunidad está a la cola en este asunto».

        Desde su puesto, prefiere no opinar acerca de la crisis abierta en el Severo Ochoa sin conocer todas las claves del asunto, así que no se pone «ni de un lado ni del otro». «Los médicos no sabemos de qué se está hablando –dice–, qué fármacos se han usado en las sedaciones y ante qué síntomas».

        La polémica no ha servido, sin embargo, para que este médico cambie su concepto de la sedación. «Hablar de dolor oncológico es hablar de morfina y sus congéneres. Hay otras técnicas que pueden ayudar, pero la piedra angular son los opiáceos».

Lo más llevadera posible

        Allí, en la quinta planta del Gregorio Marañón, es una práctica común. «La sedación requiere una técnica y un ritmo, que lo da el estado de cada paciente. Sedar «a lo burro» –comenta– es muy fácil, pero sólo se debe actuar con más contundencia en casos puntuales, como asfixias tremendas o hemorragias masivas fulminantes, para que quien la sufre no se de cuenta de que se está desangrando».

        Para llegar a este punto, salvo circunstancias críticas, el paciente ha dado su consentimiento. «Es algo verbal, que no se materializa en un momento puntual. Lo que hacemos es charlar con él poco a poco e informarle de que es un proceso que puede necesitar a lo largo de su enfermedad».

        En el caso de que el enfermo no esté en facultad de tomar una decisión, será la familia la que intervenga. La respuesta, sin embargo, no siempre es afirmativa, y el motivo para Conti es que muchos pacientes desconocen el alcance de su enfermedad. «Es otro fracaso del sistema, que nuestra propia cultura familiar nos prive del derecho a saber lo que tenemos y a decidir si queremos tener una muerte lo más llevadera posible», comenta.

Apoyo a las familias

        Junto a Manuel Conti está Eulalia López Imedio, enfermera y supervisora de la unidad de cuidados paliativos.

        Para ella, el eje de su trabajo es ofrecer calidad de vida. «No podemos detener la progresión del tumor –comenta–, pero sí podemos controlar los síntomas de ese crecimiento tumoral y ofrecer apoyo psicológico».

        Atender a las familias, dice, es tan importante como cuidar a los enfermos. «Aquí la entrada es libre, no se necesitan pases y puedes ver corretear a niños pequeños algunas veces».

        Para los acompañantes, hay prevista una sala de estar y una cocina, uno de los espacios de encuentro más importantes según Eulalia, porque las familias «se dan apoyo mutuo, hablan y se ayudan en un trance tan fuerte».

Un tratamiento correcto

«Muchas familias lo piden»

        Las referencias al Severo Ochoa son inevitables. Para esta enfermera, lo que reina ahora es la desinformación. «Se ha desbordado todo y la sedación no es más que una herramienta imprescindible, que afortunadamente tenemos para aliviar el dolor. Son muchas las familias que lo piden y lo que más me preocupa es que después de esto se dé un paso atrás en la atención a enfermos que se están muriendo».

        Lo ideal sería –dice– que todos los profesionales de la sanidad madrileña tuvieran formación específica en cuidados paliativos y que cualquier paciente terminal «esté donde esté» sea correctamente atendido, una asignatura, dice, pendiente en nuestro sistema sanitario.

Cariño: la clave

«Me ha dado mucho amor y no quiero que sufra»

        Dos meses y medio han transcurrido ya desde que pisara por primera vez los pasillos del Marañón. A sus 80 años recién cumplidos, un diagnóstico –tumor cerebral– le ganó la partida días antes de celebrar la Navidad. Ahora, en fase terminal, su vida transcurre en la unidad de paliativos de este centro madrileño. A su lado, su hija Prado, pegada día y noche al pie de la cama. A esta mujer, que apura como puede los últimos días junto a su madre, apenas le dice nada la bronca política formada en torno al Severo Ochoa. Prefiere opinar de lo que más entiende ahora, que es despedir a un ser querido con dulzura y, sobre todo, sin dolor. «Está semisedada. No requiere más porque el tumor no le da dolores, pero haremos lo que esté en nuestra mano para que no sufra. Mi madre me ha dado mucho amor, son sus últimas horas y tendrá lo que siempre quiso, morir con dignidad y sin angustia». A Prado no le salen los adjetivos cuando se refiere al personal que dirige esta pequeña unidad de 27 camas. «¿Tú sabes el cariño que te dan? Mucha gente entra retorciéndose de dolores. Aquí encuentran alivio».

        Ahora, mientras se despide de su madre, hace un guiño a la clase política. «Que se dejen de peleas y busquen soluciones. La primera, crear más unidades como ésta».