sobre la marcha: confesiones de un tetrapléjico que ama apasionadamente la vida
Luis de Moya
Eutanasia y vida dependiente
José Miguel Serrano Ruiz-Calderón

        Mirando con gafas se ve

        Al final ganó la fe. Fue confianza: yo no sabía cómo, pero Él me daría la fuerza para ir adelante un día y otro hasta el último. En cualquier circunstancia, en cualquier situación futura, oculta para mí, pero no para su Mente divina. Y pedí la admisión en el Opus Dei por la gracia de Dios y porque me dio la gana. Pues así como es imposible descubrir el atractivo de esta vida con Dios sin las gafas que Él otorga a algunos, tampoco se descubre si no se quiere mirar. Dios respeta absolutamente la decisión de cada uno aunque sea contraria a su voluntad.

        A pesar de que miles y miles me han precedido en este camino, no por eso me resultó fácil comenzarlo ni continuar en la trayectoria iniciada. Estaba seguro, sin embargo, de que debía mantener el empeño. Habituado a que mi interés a corto plazo fuera casi siempre la brújula de mi camino cotidiano, me costaba esta otra orientación de toda la actividad hacia Dios y hacia lo que de Dios hay en los demás. Tampoco ahora que han pasado los años me resulta trivial la perseverancia en esta actitud, pues me sigue gustando lo mío. En absoluto me siento dejado de la mano de Dios ni olvidado de quienes conmigo trabajan en esta empresa. Sin embargo, cada día –nunca mejor dicho– tiene su propio afán: un afán que corre de mi cuenta si quiero ser fiel a aquel compromiso que acepté hace más de veinte años.

        Es normal que alguna vez se me ocurra pensar que la vida que llevo es excesivamente costosa. Es más, a partir de esta ocurrencia me suelen venir otras dos, que se van alternando según las circunstancias. Una me sugiere que, como cuesta mucho, tal vez no valga la pena sentir el fastidio del esfuerzo, cuando podría disfrutar bastante con los diversos atractivos que ofrece la vida a quienes no se han complicado con compromisos como el mío. Otras veces se me ocurre que soy fenomenal, también por mantener con lealtad esta exigencia, que pocos hacen lo que yo, que estoy ayudando a muchos... Menos mal que he ido aprendiendo –lo veo con más nitidez esta temporada– que casi siempre gana más el que da que el que recibe; y, desde luego, con Dios ocurre siempre. Es un honor para mí poder darle mi vida. Que Él quiera recibir lo mío manifiesta su bondad, porque me brinda la ocasión de imitarle, siendo, de alguna forma, como Él, que es Don.

Soy multimillonario

        Algunos, para excusarse y tratar de comprender la vida que llevo, me dicen:

        ––Claro, tú como tienes fe...

        Esa es la "absurda" razón que hace que los cristianos vivamos un tipo de vida que ellos no quieren vivir. La fe, en efecto, hace descubrir a Dios y, como dice la liturgia eucarística, por Él, con Él y en Él el existir humano alcanza unas dimensiones inimaginables para nosotros desde todos los puntos de vista.

        Habría mucho que decir sobre cómo es nuestra vida en Dios, pero no es lo que pretendo en estas páginas. Sí me interesa subrayar que pienso que es importante hacerlo todo –cualesquiera que sean las circunstancias personales del momento concreto– por Él, para Él: por amor a Dios. Y las cosas no cambian por estar en silla de ruedas o por tener una vida algo más complicada que la mayoría de la gente. Aunque no sea yo una persona normal en estos aspectos, en lo fundamental, sin embargo, soy exactamente como los demás y procuro que el amor a Dios sea de hecho lo que me impulse.

        La fe va iluminándome de forma permanente, de modo que me considero siempre ante mi Dios, contemplado por Él, en su presencia, aunque a mí –lo siento de verdad– con frecuencia se me olvide. Mientras leo, escribo, charlo con un amigo o veo un programa de televisión se me va a veces el santo al cielo –nunca peor dicho– al perder de vista que Él me contempla y me está queriendo y ayudándome como un padre que desea para su hijo pequeño lo mejor.

        ¡Cuántas veces me quejo por dentro porque no comprendo que las cosas no salgan como a mí me gustaría! Para esos momentos ya me he acostumbrado a pensar que, siendo Quien es, lo sabe todo y lo puede todo, que es infinitamente bueno y me quiere como a un hijo. Se pone en juego la fe, que me sirve para no negarle, tampoco cuando la vida se me pone cuesta arriba –de punta, suelo decir–, cuando me canso y miro las cosas de tejas abajo, pensando en lo duro que es estar como estoy. Apoyándome en la fe, he ido comprobando que todos los días, hasta los más duros, son soportables. Honradamente, no puedo afirmar que haya padecido un excesivo sufrimiento, sino que, para cada momento, para cada circunstancia, he contado con una fuerza interior para amarle. Esto confirma mi fe.

        Me siento en una situación de privilegio respecto a los que no tienen fe. Como se siente un astrónomo desde su punto de observación ante el firmamento si se compara con el que sólo dispone de sus sencillos ojos para mirar. ¡Cuántos más detalles de la misma realidad es capaz de captar y transmitir quien dispone de telescopio! Pues lo mismo ocurre con la fe. Gracias a ella veo: creo que un Amor inmenso preside mi vida. Y la de todos, aunque muchos no se den cuenta.

        Por resumir mi problema, diría que soy un multimillonario que ha perdido sólo mil pesetas.

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