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Seducidos
por la muerte
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Herbert
Hendin
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Resulta
imposible saber por qué un cuello se rompe de manera distinta
en dos accidentes iguales. Da lo mismo saberlo o no, porque se puede
hacer muy poco para remediar la desventaja del cuello roto más
arriba. Son sólo, tal vez, unos milímetros de diferencia.
Algo inapreciable casi a simple vista. Pero a nivel funcional sí
que se nota la difencia. Más de una vez la he sentido al ver
a otros que, con una lesión parecida, a la mía logran
mover los brazos.
No
se me ha ocurrido pensar en lo que daría por esos pocos milímetros
de médula. No tiene sentido calentarme la cabeza y atormentarme
porque mi golpe rompió el cuello un poco más arriba. Quizá
a esos otros les falte bastante de lo que yo tengo. Más vale
no entrar en comparaciones, porque, además, acabamos en lo de
siempre: que la ventaja para nosotros los humanos la deciden
la inteligencia, la sensibilidad, el tesón, la fortaleza y cosas
así... pero, ante todo, el amor. Sobre todo el Amor, así,
con mayúscula.
Cuando
era pequeño se me quedaron grabados unos conocidos versos, gracias
a la facilidad para memorizar que dan los pocos años. Era aquellos
de...
Cuentan
de un sabio, que un día,
tan pobre y mísero
estaba
que sólo se
sustentaba
de unas yerbas que
cogía.
¿Habrá
otro, entre sí decía,
más pobre y
triste que yo?
Y cuando el rostro
volvió
halló la respuesta,
viendo
que otro sabio iba
cogiendo
las yerbas que él
arrojó.
La
idea que expresan me sirve para no sentirme un mártir. A Dios
gracias, no me he sentido hasta ahora especialmente desgraciado y confío
en mantener la normalidad de ánimo actual, sin darme pena ni
querer que me compadezcan. Además, si yo y los que se encuentran
en situaciones parecidas a la mía pensáramos que somos
algo así como el prototipo de las desgracias, ¿qué
dirían, entonces, tantos que tienen más trastornos físicos
que yo o de peor pronóstico? ¿Y qué decir de los
que aunque padezcan alteraciones menores las sufren más,
porque cuentan con menos recursos para soportarlas?
He
conocido en la clínica enfermos con los más variados problemas
y a veces me han dado pena. Sobre todo, cuando veía que estaban
en una situación lamentable y no eran capaces de captar el sentido
que tienen sus molestias y el valor de su vida, a pesar de todo.
Por
el momento, sólo conozco personalmente a una persona una
chica joven con lesión medular traumática más
alta que la mía y que padece, por consiguiente, una incapacidad
mayor. Me consta, por otra parte, que, con la atención necesaria
y las debidas ayudas técnicas, ella logra trabajar y ha llegado
a ganar algún premio con su actividad. Los demás casos
de lesionados medulares que he conocido son más favorables desde
el punto de vista clínico, puesto que tienen afectados niveles
por debajo de C-4.
Si
es cierto que nuestro destino feliz y definitivo está con Dios
y que depende de la decisión libre de cada uno porque nos
ha pensado y creado así, parece particularmente importante
estar bien persuadido de ello, como condición imprescindible
y previa para orientar la vida hacia esa plenitud feliz prevista por
el Creador. No vaya a ser que, de hecho, nos suceda lo que a algunos
que, como dice Séneca, "son como borregos, que no van donde deben,
sino donde suelen". Esos lanudos animales no hacen planes por la mañana
ni deciden nada para el día siguiente, porque nada tienen previsto.
Al ganadero esto le resulta muy útil porque nadie del rebaño
le lleva la contraria; los humanos, en cambio, somos señores
y decidimos sobre nuestra vida, aunque a veces nos encontremos en unas
circunstancias no deseadas. Si la vida nos lleva a algo y conservamos
nuestra libertad, nunca nos lleva sin nuestro asentimiento aunque "todo
el mundo" haga lo mismo.
¡Cómo
he visto sufrir a algunos! En el fondo por ignorancia, por no caer en
la cuenta cada cual sabe por qué de que las personas
estamos en este mundo para mucho más de lo que aparece a primera
vista. Se piensa a veces que perdiendo el movimiento se pierde casi
todo. En realidad no se pierde casi nada, y posiblemente... me quedo
corto. Por eso me he puesto a escribir.
Olga
tiene una enfermedad que la ha ido paralizando progresivamente. También
como yo ha escrito sus experiencias, desea publicarlas y
me las ha pasado para que le dé mi opinión. Ya se la he
dado, agradeciéndole esta confianza conmigo, puesto que, además,
he recibido con la lectura una gran lección y un buen estímulo
para esmerarme por rodar mejor cada día y con optimismo.
Escribe,
por ejemplo: Esto me hizo pensar que aunque mi enfermedad me tenía
muy limitada había algo que yo podía hacer mejor que nadie:
orar. Tenía mucho tiempo para meditar y mucho sufrimiento para
ofrecer, además no podía salir de casa por lo que la oración
podría ser útil y de alguna forma mi estado podría
ser fructífero. Ella ya sabe que su vida fructifica en mí
y en tantos más. Pero ante todo fructifica en ella misma aunque
casi nunca lo note.
Alrededor de la silla
Noto
que en torno a mi silla hay un pequeño mundo lleno de peculiares
relaciones.
Son
muchas las personas que me rodean, como a casi todo el mundo. A la mayoría
no las conozco. Ellas, en cambio, sí saben de mí. A veces
me sorprendo de ser, por así decir, tan "famoso". Hasta lugares
insospechados ha llegado la noticia de un sacerdote, don Luis, que está
tetrapléjico. Me dice, por ejemplo, un hombre a quien veo por
primera vez:
Usted
es don Luis de Moya, ¿verdad? Yo soy..., y tengo cinco hijos que
rezan todas las noches por usted. Le quería pedir, si no le importa,
que rece por...
Hasta
ahora no había sido tan felicitado por mi cumpleaños,
no tenía tanta correspondencia, no había notado tanto
interés por mis cosas. En estos últimos años mis
relaciones con la gente han evolucionado mucho en ese sentido. En definitiva,
observo en mi entorno cómo los demás dedican momentos
de su vida a otro, a mí en concreto, y esto es muy bueno ante
todo para ellos. También para mí, claro, que me beneficio
y gozo con este interés de tantas personas.
Puede
parecer una exageración, pero todos los días sucede lo
mismo: en cuanto salgo a la calle, a cualquiera de los lugares habituales
de trabajo, me encuentro con gente sonriente. Llego a la Clínica
como todos los días a la hora de siempre, por esa puerta por
la que pasa gente todo el rato. Allí están casi siempre
las mismas personas. Las conozco desde hace años y sin embargo
todavía no me dicen, al llegar, simplemente "hola" o "buenos
días". Siempre hay algo más al entrar o salir por esa
puerta. Es un brevísimo comentario o sólo una sonrisa,
que no es rutinaria porque noto que quiere decir algo. Como me siento
bien tratado en ese instante, tengo deseos de corresponder; pero lo
normal es que entonces vaya con prisa porque me esperan. Y siento todos
los días en mi interior un pequeño y breve conflicto por
no poder atender, como se merecen, a Carlos o a Enrique mientras atienden
la puerta.
A veces
he pensado que la silla es como en una escuela, considerando esas múltiples
y variadas relaciones a las que me lleva mi situación. Quien
más aprende, desde luego, soy yo, aunque sólo sea por
la cantidad de horas que le dedico. No entro ahora en cuánto
ni en qué; pero sí diré que, volviendo la vista
atrás, me admiro de las lecciones confío que bien
aprendidas de los últimos años. Los demás
aprenden según lo necesitan, según su cercanía,
según el tiempo que me dedican y, sobre todo, dependiendo de
lo que se fijan y según su interés. Porque siempre soy
una oportunidad para practicar la categoría personal: un lugar
necesitado en el que, con buena voluntad, y con heroísmo cuando
es necesario, se puede ayudar. Muchas veces ellos no se dan cuenta o
no lo quieren pensar, pero bastantes han contribuido y todavía
contribuyen a que disfrute humanamente de la vida. Sin que parezca nada
especial, hacen algo grande. Por eso es lógico que también
ellos disfruten conmigo. Les doy las gracias y suelen decir: "Gracias
a usted". No digo nada, pero pienso que ambos llevamos razón.
Con
mi sola presencia, si no doy mal ejemplo, ya puedo ser útil.
Y más todavía si procuro interesarme por los otros.
Por
eso no respondí nada "quien calla otorga" cuando
me dijeron más o menos:
Va
usted por la vida con la silla tirando de mucha gente...
Es
lo que pasa cuando ven que se puede estar alegre así: sin comer
casi, sin disponer del cuerpo, sin intimidad tantas veces y necesitando
a otro para lo más elemental, con molestias casi siempre, durmiendo
mal. Ciertamente noto que el buen humor es imprescindible para que la
silla enseñe lo importante de verdad: que hay Algo mejor,
Alguien que sigue estando en la vida nuestra y que no se marcha
aunque se vaya nuestra fuerza y, con ella, tantas cosas; y que Ese Alguien
es la fuente en que bebo cada día, la que me hace vivir así.
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